VARIACIONES GOLDBERG

David Pujante

 

 

 

Al viejo Conde Keiserling,

ya conde del insomnio (su única morada),

luchador abatido por el combate diario del vivir,

sólo las suaves y potentes manos del joven Gottlieb Goldberg

podían conjurarle los íncubos feroces

por tanto despilfarro de ansiedades,

por tantas injusticias y por tantas traiciones

que le ponen tizón en la mirada.

 

El joven, que se duerme con prontitud bisoña,

se alza de su lecho con la celeridad de esclavo cariñoso

cada vez que el buen Conde

intenta conciliar inútilmente el sueño.

Con firme voz alzada e insistente

llama a su bien dispuesto, dulce clavecinista,

que sale del pesado pozo de sus ensueños

de juventud ingenua, esperanzada,

con ojos legañosos y párpados pegados,

dispuesto a ejercitar su obligación.

 

El virtuoso chiquillo se acerca a su teclado

y espera nuevas órdenes precisas,

que siempre se repiten:

“Toque mis variaciones, muchacho.” Y atacando

la música del genio,

la luminosa música de Bach,

se va ovillando el Conde sobre sí mismo en un rincón del cuarto,

olvidando la vida,

mientras que el joven Goldberg,

con su brillante ejecución precisa,

va despejando el rostro y el recuerdo,

aquel firme recuerdo

bello para la historia de la música:

el obsequio al Maestro del viejo Embajador,

el Conde ya dormido,

por estas variaciones saludables,

los cien luises de oro en la copa de oro

por estas impagables variaciones de Bach,

lenitivo perfecto a la imperfecta vida.

 

(Del libro Animales despiertos)