Mi.hermana.y.yo_(Edición, notas y epílogo de Francis King. Traducción y prólogo de Andrés Barba. Editorial Sexto Piso, 2013).

Nancy Ackerley es una perfecta inútil. Celosa, resentida, es una mujer dependiente y neurasténica, con episodios depresivos que en más de una ocasión han terminado en intento de suicidio. Y además molesta. Después de una infancia rodeada de todo lo imaginable, un matrimonio fallido y un hijo cuya custodia no supo (o no quiso) mantener, a  Nancy no le queda nadie, exceptuando su agradable y educado hermano Joe, soltero de reconocida y discreta homosexualidad, ilustrado, de gustos exquisitos y amigo de la intelectualidad londinense de la época.  Nancy no es la heroína de una novela, es una mujer real que vivió entre dos fechas del siglo veinte en Londres. Y es la hermana de un hombre que, con una maestría fuera de lo común, registra en sus diarios las menudencias de una vida doméstica compartida a la fuerza que se va tornando insufrible. La belleza del texto es desgarradora y no está sólo en ese brillante apunte continuo y puntilloso que el misógino (¿no lo habían notado en los calificativos con que nos describe a Nancy?) Ackerley va haciendo de su hermana, sino en el retrato gigante y radical que nos concede de sí mismo cuando nos cuenta su relación con ella. Hombre un tanto frío, egoísta, desganado, que en los peores momentos de su vida con Nancy querría huir y no estar allí, y no tener que soportarla más, aunque siempre acabe quedándose, atendiéndola  como puede, intentando demostrarle lo que no siente…. Es una dura batalla consigo mismo la que entabla Ackerley y que acaba robándole en algunos casos (pocos) los nervios y la educación. Hay una pregunta que atraviesa los diarios de parte a parte y que nunca llega a contestarse del todo: ¿está Nancy enferma o sólo es víctima de su espantoso carácter? No lo sabe, como no sabe nadie qué parte del sufrimiento depende de la voluntad y qué parte de lo inevitable.

Y, sin embargo, queremos a Joe Ackerley.  Cómo no vamos a hacerlo si en esas páginas  nos reconocemos en cada sentimiento, sea generoso o mezquino, o intolerable y por eso semejante, humano, profundamente humano. Sus diarios, aparte de contener en sus palabras una belleza inaudita nos están desvelando la materia de la que estamos hechos.

De la relación de Ackerley con otra dama, Quennye, mejor no les cuento nada, es sublime y tienen que leerla, porque para estas descripciones reserva Joe sus mejores intenciones.

Cuando en el epílogo, un amigo, el depositario de los diarios, nos cuenta la muerte de Joe Ackerley, (una muerte tan triste como cualquiera, no especialmente trágica, en su casa, en su cama, de madrugada)  no podrán evitar una amargura semejante a la que se siente cuando un amigo, lejano pero apreciado, ha muerto. Compruébenlo, ya me dirán.

Gely Cascón Nogales