Selección de poemas del último libro de Basilio Sánchez, Cristalizaciones

Yolanda Izard

 Basilio Sánchez

La nieve en la ventana de un ciego, así es como el poeta extremeño Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) ve el acto que precede a la escritura, o el mundo cuando carece de mirada poética. Precisamente, lo que el poeta trata de hacer en sus siete poemarios reunidos bajo el título de Los bosques de la mirada, y que tienen su colofón en el recientemente publicado Cristalizaciones (Hiperión, 2013), flamante premio de Poesía Ciudad de Córdoba, es acercarse, en un supremo esfuerzo de la mirada –antes cautiva de la oscuridad-  a esa ventana cubierta por la nieve como quien descubre el misterio de la vida  y del conocimiento. No son pocas las señales que alientan al que nada sabía ni veía: el poema es la cristalización de toda esa cifra, de ese universo de símbolos que la naturaleza esparce a nuestro alcance para que veamos su grandeza y en el acto de ver se cumpla la nuestra.

De este último poemario, “Cristalizaciones”, he escogido seis poemas, que a mi entender reflejan ese universo de lenguaje que se hace poética por la gracia de una sagaz reflexión sobre su propia labor escritural, que es, al cabo, la definición de una vida dedicada con tesón a la escritura en cuanto trascendencia, consuelo y serena meditación.

 

 

 

 

 

 

ÁRBOLES

El buscador de sombra

reconoce en un árbol su majestuosidad,

pero elige en secreto su pobreza.

 

El rastreador de símbolos

encuentra en la corteza arrancada de los árboles

una caligrafía primitiva,

las huellas de una forma en desuso

de comunicación con la existencia:

una expresión remota, la más rudimentaria,

del agradecimiento.

 

No hay consuelo para los desterrados:

para ellos el bosque es la quimera

de un retorno imposible,

la lluvia de otros días,

la memoria de un árbol levantándose

entre el cielo y los hombres

ante la puerta de la casa,

el ruido de sus hojas disputándose el aire.

 

 

LAS HORAS QUIETAS

No es la muerte en sí misma

lo que te desconcierta, es su serenidad.

 

Como se toma el aire sin sentirlo,

como late la sangre, sin oírse,

en la profundidad del pensamiento.

 

Como olvidarlo todo y que la hierba

segada del verano

le confiera a tu cuerpo el espejismo,

o la certeza misma, de la felicidad.

 

Cuando  por la ventana ves el mundo,

pero no ves los árboles,

ni el cielo de tu casa, ni la calle

por la que cada día,

mientras estabas vivo, te sumabas al mundo.

 

 

LECTURA DEL PARAÍSO

                                                              Vivo de esta alegría

                                                                  Enferma de universo.

                                                                                                       Giuseppi Ungaretti

 

 

Asomado a lo abierto

de una de las ventanas,

continúo preguntándome si la melancolía

no es más que el resultado

de una incapacidad,

el reconocimiento de nuestra invalidez

ante lo inmenso, frente a la plenitud.

 

Es nuestra facultad de percibir

la que la vez nos hace felices e infelices,

la que nos vivifica y nos condena.

Cuando se ha agudizado hasta el extremo,

la sensibilidad es, en sí misma,

quizá la más perversa de las formas del paraíso.

 

Para los que intentamos mediante la escritura

incorporar el mundo a lo que somos,

el infinito es siempre

la expresión de un fracaso.

 

 

LOS TRABAJOS DE SÍSIFO

 

Además de mi peso, cuando escribo

llevo también el peso de los otros,

llevo el peso de las cosas que existen

y el de las que no existen,

llevo sobre mis hombros

el lenguaje lastrado de nuestras imposturas,

su platería superflua,

llevo encima la carga de mis incertidumbres,

la maleta del sueño, el equipaje

cada vez más incómodo de mis limitaciones.

 

Cuando escribo soy un mozo de cuerda.

 

 

LA VIDA QUE NOS DAMOS

 

La escritura interrumpe

la naturalidad de la existencia,

la línea silenciosa de la vida.

 

Y, sin embargo, es ella la que la intensifica,

la que en su dolorosa

vulnerabilidad

la hace asequible,

la vuelve hospitalaria, le concede el consuelo.

 

 

LAS TRES LLAVES

 

De lo que tú me has dado,

me quedo para mí el cristal de la nieve

de las lavanderías,

la luz de los altillos,

la mariposa azul de lo concreto.

 

Me guardo para mí lo que es posible

susurrar al oído,

llevar entre las manos, leer a oscuras

junto a la cabecera de los muertos.