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EN DEFENSA DE LOS HISTORIADORES

(Art. escrito para LA RAZÓN, 17 de marzo de 2015)

Por fin ha tenido lugar una de las ruedas de prensa más esperadas en Madrid. Desde la perspectiva cultural, sin duda la más esperada de los últimos tiempos.  Se iban a dar los datos precisos sobre el hallazgo de los restos de Cervantes. Pululaban los curiosos por las gradas de San Felipe y corriendo dese allí por la calle Mayor hacia la Puerta de Guadalajara, ansiosos por saber algo más del último aviso que se esparcía como aceite en el agua por la Corte.

Contaban que se habían encontrado los restos del Escritor. Sin embargo, las informaciones eran contradictorias, porque desde unos días atrás, a algunos con más boca que prudencia, se les había ido la lengua, y vaya Vd. a saber si por vanidad, imprudencia o estulticia contando que no ya solo los huesos, sino aun el alma del Escritor estaba pillado en las tachuelas del “M.C.” o en los pasillos subterráneos que unían la cripta del convento con el palacio de algún gran señor. Porque no hay historieta que aspire a ser apreciada, en la que no haya un pasadizo secreto por el que correteen las monjas y los cortesanos del convento al palacio y viceversa.

Por fin se pregonan las verdades de lo que se acaba de saber. Hay huesos, un montón, que no hacen cuerpo. Pero los hay. Alguno de los asistentes a los corrillos se lamenta, pues para ese viaje no se necesitaban tales alforjas. Y el otro casi llora de pena, porque no hay pelotillas de plomo que denuncien que esa es la muñeca del Escritor.

Y, claro está: tanto esperar para que les digan que hay cuatro cascos de cráneo rotos y que alguno de esos es, sin estar rotulado por de dentro, el del Escritor, y nada más, siembra desconcierto, confusión y desasosiego.

Tres han sido los sabios que han dado la cara. Porque de otros no ha habido noticia. Estos eran los arbitristas que acompañaban al Escritor camino de la cueva de Montesinos, con sus ensoñaciones, plagios y bobadas. Aquellos, más o menos los humanistas. Han dado la cara y casi la mejilla, porque los de los corrillos pensábanse que se trataba de paniaguados del duque que allá estaban, tras haberse llevado el barato por la patilla. Pero resulta que estos tres eran científicos que nada les iba, ni venía de la historia. Que se sepa. Sólo el rigor metodológico, la búsqueda de la verdad. Uno es antropólogo, el otro es historiador. La primera, arqueóloga.

Han trabajado con pulcritud. Vengo a referirme a lo exhumado -¡y claro que con doble sentido!- por Marín Perellón. El historiador.

Lo primero que choca, aunque a los memorialistas se les haya pasado de largo, es que ha logrado abrir archivos cerrados a cal y canto desde siempre. Archivos que sólo conocían las monjas y que las monjas no se los prestaron ni al Marqués de Molins cuando preparó su informe para la Real Academia sobre la tumba de Cervantes (1870). Ellas le sintetizaron de viva voz lo que habían ido leyendo las tardes y noches anteriores, mientras él tomaba notas. La escena es de película. Los resultados también.

No me entretengo en explicar lo mucho que se ha aprendido con el tabajo de investigación histórica: hubo una primitiva iglesia en la que se enterró Cervantes (esto no se sabía por los impulsores del proyecto); sus restos se trasladaron, junto ocn otros, a la iglesia actual, pero no se sabe ni cuándo, ni en qué estado, ni en dónde se depositaron.

De los restos que pudieran ser de Cervantes (y que no se hayan hecho polvo) se podría hacer un análisis de ADN, pero comparándolo ¿con quién? La hermana de Alcalá reposa en un osario. Su hijo natural de Nápoles, tal vez sea solo una metáfora literaria del Viaje del Parnaso; su otra hija –Isabel- habida con la tabernera casada, tampoco se sabe dónde reposa. Y en fin, la pobre Catalina de Salazar, la esposa abandonada durante tres lustros o más, tiene sus huesos revueltos con los del esposo y no se sabe cuáles son.

Así que los asistentes al corrillo del pregonero se van desilusionados a sus casas. Los que hubieran leído algo de toda esta historia antes de esta historia sabían ya el resultado de todo: Cervantes está enterrado ahí, en las Trinitarias. Encontrar sus huesos, esqueleto y plomos y caries y nariz aguileña y aun una pluma de cisne en un ataúd en el que estuviera vestido con el hábito de la Venerable Orden Terecera, era imposible. ¡Había que hacerlo! me dirán.

Y me acordaré del chulo sevillano que ante el túmulo de Felipe II en Sevilla se caló el sombrero, enderezó la espada, “fuese y no hubo nada”. Ese chulo es, por cierto, un personaje del Escritor.

Todo parece indicar que sin el trabajo del historiador, hoy no habría habido rueda de prensa. Sin la búsqueda de la documentación manuscrita, de letra “que es muy difícil” (como se puede uno imaginar que dirá algún arbitrante), acá y allá, es decir, sin controlar por vía de formación científica los métodos de una disciplina, la Historia, hoy no se tendría la certeza de que entre los centenares de huesecillos que han ido sacando del subsuelo de Madrid, hay algo de Cervantes.

Pero da la sensación de que con el historiador se ha contado tarde: cuando ya todo estaba en marcha y alguien se dio cuenta de que no había habido búsqueda documental de calidad.

Y muy a mi pesar he de callar ya. No todo el mundo sirve para hacer relojes. Para escribir sobre la Historia hay que ser historiador. Como para hacer antologías de textos cervantinos, hay que ser Filólogo. Son ciencias humanas, con su epistemología, sus congresos internacionales, su acopio de saberes, su acumulación bibliográfica, su reposo intelectual, sus tantas cosas que se aprenden…

Pero hoy estáis metidos en líos de PCOs, de evaluaciones, de agencias constructoras de redes clientelares y de dependencia que da la sensación de que no os habéis dado cuenta que para lo de hoy se han juntados decenas, o centenares de periodistas para informar de que por ahí están los restos de Cervantes, mientras que de vuestros congresos internacionales, no sale ni una línea en las páginas de cultura.

Hágase un monumento, incluso un funeral de Estado, o Autonómico o Municipal, depende de la jurisdicción, a los restos últimos de los “Saberes inútiles”, y que sus practicantes acudan lamentándose al entierro, y algunos arrepintiéndose de no haber levantado la voz antes, enlutados en sus graves togas negras, mucetas y birretes azules celestes.

Y la Historia de Cervantes se la seguirán escribiendo algunos cantamañanas a los filólogos y a los historiadores. Qué pena, tanto saber perdido; qué pena tanta tradición científica adormecida.

Nos la han colado. Sólo con el presupuesto de esta aventura se podrían haber financiado con holgura tres o cuatro proyectos de Humanidades de los del Plan Nacional de I+D+i.

A buen seguro que algo hay que se me escapa y que hará útil este esfuerzo.

 

Alfredo Alvar Ezquerra

Profesor de Investigación del CSIC.

Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia