Campos, Ronald. Quince claridades para mi padre. Valladolid: Agilice Digital S.L., 2015. Precio: 3€ (digital); 7€ (impreso)

 

Ronald Campos López (Costa Rica, 1984) vive actualmente en España. Se encuentra cursando un doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Valladolid. Tiene una maestría académica en Literatura Latinoamericana, otorgada por la Universidad de Costa Rica. Desde el año 2002, ha sido un miembro activo del Círculo de Poetas Costarricenses, coordinado por los aclamados escritores Laureano Albán, Julieta Dobles y Ronald Bonilla. En el año 2013, recibió la mención honorífica del Concurso de Poesía de la Editorial de la Universidad de Costa Rica, por su libro La invicta soledad. Ha publicado diversos artículos académicos en varias revistas nacionales e internacionales. Además, tiene ya publicados siete poemarios con temáticas variadas: Deshabitado augurio (2004), Hormigas en el pecho (2007), Navaja de luciérnagas (2010), Varonaria (2012), Mendigo entre la tarde (2013), La invicta soledad (2014) y Quince claridades para mi padre (2015).

Este último libro es especialmente íntimo, lo es en la medida en que reconstruye —con un intenso lenguaje poético— una relación entre un padre y su hijo, una relación que ha estado desde hace varios años postergada. Quince claridades para mi padre busca, por lo tanto, rescatar el amor entre el yo lírico —un hijo gay— y su padre enfermo —un padre que no ha podido comprenderlo—. Dicho rescate se da a través de la memoria, una memoria recreada poéticamente a partir de la dolorosa situación en la que se encuentran ambos actores líricos. De acuerdo con lo anterior, en el poemario de Campos (y posiblemente en cualquier situación humana), la memoria tiene la función de reelaborar lo vivido, y es solo gracias a esta reelaboración que se puede dar, en el texto literario (y en la vida), un profundo y renovado significado del vínculo entre el padre y el hijo.

La memoria es una de las palabras más importantes que tenemos para referirnos al tiempo. Es la dimensión poética del tiempo. De ahí la relevancia que Campos le otorga en este libro. Sin este elemento sería imposible para el yo lírico revalorar a su padre en el presente. La memoria, como han señalado varios filósofos y psicólogos, es también un elemento fundamental de la identidad humana. Entonces, este poemario es la búsqueda del hijo y de su constitución identitaria en relación con el padre. Sin embargo, esta búsqueda parece ser expuesta de forma unilateral; es decir, es el hijo quien recupera la significancia de su padre ahora enfermo, el padre se mantiene en silencio (aunque nos habla a través del recuerdo): “La infancia es el deber mayor/ de toda transparencia, padre./ Y en lo perdido recobramos algo ganado/ para enfrentarnos a la muerte” (“La claridad de la infancia”, página 17).

La memoria del hijo, el pasado del hijo (la memoria, como afirmaba Aristóteles, es del pasado), es entonces revivida en un momento de sufrimiento y de potencial pérdida del padre, de ahí su necesidad por reescribir su historia conjunta, por dejar de negarse en un acto que se plantea recíproco, pero que a la vez es reflejo: “Sin embargo, hoy/ regreso hasta tu cama,/ no a ofrecerte el perdón,/ ¡ni a que tú me lo ofrezcas!/ Hace cinco días que la sangre anticipó/ que algo debía ya partir./ Y aquí me tienes./ Ahora que lo luminario no/ te cabe en todo el cuerpo./ ¡Ahora que la mañana quiso/ que te fuera insuficiente el pecho para recoger/ más claridades…!/ Ahora te acompaño a recibir bocanadas/ —esto no lo olvidó Dios cuando olvidó tu nacimiento—,/ a bocanadas/ el peso girando, girando/ de un padre entre su noche” (“La claridad del perdón”, páginas 12-13). La memoria, entonces, no se queda en el pasado, se mueve también hacia el presente y hacia el futuro del yo lírico y de su padre. La memoria, en este poemario, es el ayer que viaja al hoy para permitirnos un mañana.

Como es patente, predomina en el poemario el tono grave: la memoria que trata de rescatar el hijo, si bien le ofrece sosiego, también implica todas las oportunidades perdidas para vincularse con su padre, todo el dolor por una separación que no debió ser: “Es cierto que el uno al lado del otro/ somos hoy los testigos/ de que pudimos ser amándonos” (“La claridad de tu sombra”, página 14). Sin embargo, la gravedad señalada se torna, al final del libro, en un canto de esperanza, la esperanza por el renacimiento del vínculo roto: “Tu legado, padre, es que hoy hablemos/ lenguas recién nacidas,/ cantos donde dialoga/ Dios escuchándonos,/ y el mundo se nos descifra/ sitio exacto para cada nacimiento” (“La claridad de tu legado”, página 35).

La claridad es, evidentemente, la metáfora principal de este intenso poemario y, desde mi perspectiva, tiene que ver tanto con una (de)mostración de la significancia de la relación padre-hijo, como con una ofrenda que busca activar también en el padre una nueva capacidad para entender(se). Así, este texto literario es en realidad todo un regalo de amor por el padre y para él. Como afirmé antes, los poemas están planteados desde la perspectiva del hijo, pero es así en la medida en que el hijo los presenta como una iluminación para el padre: la claridad es una ofrenda, de ahí que el yo lírico quiera llegar al corazón del padre y hacerle entender, con todo su conocimiento poético, la vida que han perdido y la vida que, ya iluminados, pueden vivir. Por eso, no extraña que Quince claridades para mi padre termine con “La claridad de todo lo posible”: “Todo lo que es posible/ hoy entre nosotros/ es esperar que hasta el final/ lleguemos juntos,/ esbozar con tu palabra y mi palabra solo/ un mapa perdonado hasta la muerte,/ llevar —tarde o temprano— a casa/ ese hogar, ese ámbito donde/ se han perdido pájaros y dioses y hasta el hombre” (página 38).

El hogar postergado se torna, así, en el hogar recuperado, un hogar definido por palabras como memoria, padre, madre, Dios, perdón, crecimiento, dolor, amor, muerte y, finalmente, vida: la claridad que recoge todas las claridades, la claridad que reune a la sangre con la sangre, y por eso duele (“La claridad de todo lo posible”, página 39).

José Pablo Rojas González

Universidad de Costa Rica