AguadoCarta_al_padre

Jesús Aguado, Carta al padre, Sevilla, Vandalia, 2016.

 

Jesús Aguado ha vuelto a hacerlo. En consonancia con lo expuesto en una de sus poéticas: “cada libro de poemas es un plan de fuga puesto en práctica para escapar de una cárcel diferente. El poeta que escribe siempre el mismo libro (aun si éste es genial en todos los sentidos) se limita a soñarse como poeta […] Cuando uno escribe el mismo libro reiteradamente se está convirtiendo en su propio carcelero”, ha ensayado ahora un asedio en toda regla, a tumba abierta, a la figura del padre, desde todos los ángulos, más bien desde todos los frentes, como nunca se había hecho en nuestra lírica. Ha vuelto a entregarnos un libro original y atinado en extremo, que supone una nueva apertura, tanto de significado como formal, en su obra, amplia y bien cuajada, una de las más sólidas del panorama poético español.

En la primera parte, con una narratividad que avecina la prosa al microrrelato –eso sí, muy rítmica, sembrada incluso de heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos- la imagen del padre se proyecta múltiple y los poemas conservan cierto eco de los memorables de su apócrifo Vikram Babu, seguramente los mejores que se han escrito en nuestro idioma con la impronta de la espiritualidad india. Guardan igualmente un trasfondo misterioso, enigmático, hasta paradójico a veces. Así el primero de la serie, por caso, se cierra, como los de aquel humilde cestero del s. XVII de un pueblecillo cercano a Benarés, con una pregunta retórica. Y en todos ellos, junto a un ingenio verbal no exento de irónica crudeza (“Mi padre era explorador. Ninguna geografía, por remota que fuese, se le resistía. Ninguna excepto yo”), alienta un extrañamiento y un pasmarse ante lo inaudito genuinamente orientales –no olvidemos que J.Aguado es también traductor, por ejemplo, de Bashoo.

Si la parte inicial muestra cómo todos los padres son el padre y, a la inversa, el padre es todos los padres, la segunda, con continuidad formal en prosa poética, sin renunciar al poder de la imaginación, se atiene más a lo autobiográfico, los poemas se dirigen directamente, en segunda persona, al progenitor. Muchos de los textos, aun elusivos respecto a los hechos, ofrecen en carne viva los recovecos de una relación difícil. Aun siendo con frecuencia narraciones puras, el descentramiento gracias a lo fantasioso es si cabe más elocuente sobre la lectura de unos hechos durísimos.

Poemas muy breves, de entre tres y seis versos entrecortados, sin puntuación, urgentes, exangües, con un ritornello de entrada “mi padre muere dices digo” dan cuenta de los últimos días en el hospital, cuando agoniza “como un pez que boquea” y el poeta, a su lado, no puede hacer nada en absoluto (“palabras que rebotan”, “palabras de marfil para una tumba”), tan sólo recurrir a nombrar los objetos inertes que acompañan el acecho de la muerte: gotero, llamador, sonda, pañuelos usados, persiana o enchufe como signo que conmueve, para ser más exactos, sobrecoge, de una impotencia completa, hasta el último verso del apartado: “(padre papá no puedes yo tampoco)”.

Cierran el poemario, en su parte final, dos poemas largos, ya publicados, que se incorporan aquí con naturalidad por su contenido. ‘Oración por mis padres’ es un canto de gratitud en forma de letanía, que ya había aparecido en Mendigo; de la Antología de poemas de las tribus de la India procede ‘Un poema de la tribu Nila de la India’, un recorrido por la vivencia de la muerte paterna y sus estragos desde una óptica tribal, presuntamente arcaica, ya que el autor coló de rondón en su antología espiritual, inventándosela, a esta tribu.

En suma, el libro, como el resto de los de Aguado, guarda dentro el poso de una inocencia fértil y la desbordante imaginación de la niñez y, al tiempo, constituye una reflexión lírica honda, sin paliativos, sobre la relaciones paterno-filiales, creo que sin parangón en nuestras letras, de ahí que el poeta se acoja desde el título al faro inclemente de Kafka. De la misma manera que, como por arte de magia, con una facilidad envidiable, en la invención clarividente, desbordante, portentosa, capaz de mostrarnos la realidad a través de la figuración, el desorden mágico de la visión del niño frente al padre a través del espejo de otras vidas, cabe advertir la huella del gran Rafael Pérez Estrada. O en el transcurrir de muchos poemas esa imbricación, tan suya, del pensamiento inspirado de María Zambrano con una sapiencia oriental vivida y asumida.