Cristina Revilla León, que se define como mujer de tribu, madrileña nacida en 1988, es licenciada en psicología, bailarina y apasionada de los viajes, descubrió la forma de expresar su mundo a través de la palabra gracias al taller creativo que imparte  Yolanda Izard.

 

Bálsamo para una herida irritada

Enjuagadas las manos, lista y con ganas, me meto en la cocina tarareando una canción, que hace mover mis caderas al compás de mi deseo. Bailo como una gitana, a la Luna Morena.

Lo primero, y aunque obvio: es imprescindible tener arte en eso de calentar los fogones. Lo justo para no encender las ascuas de entre mis piernas y que luego se me chamusque el pelo y alrededores.

El menú de hoy consta de una suculenta cama de patatas, pequeñas viciosas que se deshacen en la boca, como las de un buen potaje que se aprecie, deleitando el paladar. Acompañando pimientos rojos rellenos de un hijo de la mar. Los detalles paso a paso, con la picaresca de que su boca y la mía se fundan poco a poco.

Como una amante entregada, el agua acaricia la piel de la patata hasta desnudar su alma. Aún caliente, entra en juego el aceite. Virgen extra, por supuesto. Rozando el clímax, con agilidad meneo la sartén, para que no se quemen nuestras protagonistas, cada vez más excitadas al son de mis dedos. Bastan unos minutos de incesante cosquilleo al placer del burbujeo.  Su olor me vuelve loca. Mis caderas se mueven como si tu mano las guiase, aunque ahora no la reconozco. Se mueven y se mueven, entregándose, liberándose al ritmo y el aroma del aceite. Pizca de sal, aunque con tanto meneo no es requerido.

Paso al segundo, pimientos rellenos de amor y condimento, con cuidado, y aun poseída por tus manos, tomo cada pimiento como si acariciases mis pechos. Mi pasión se vuelve roja al creciente calor del horno, que anuncia con un suspiro que esta lista. Introduzco con mucho amor, por el plato y nuestros dedos, los gruesos y rojos pimientos. Con un último toque que proclama el fin, nieva queso parmesano.

Ya sentados en la mesa, y con el manjar entre ceja y ceja, ceno una vez más suspirando por saborear la noche contigo, alma gemela.