Seiko Ota & Elena Gallego, Haikus de guerra, Madrid, Hiperión, 2016

haikus

Desde hace muchos años nuestra paisana, la burgalesa Elena Gallego, profesora en la Universidad Sofía de Tokio, sola o en compañía, está llevando a cabo una tarea infatigable de difusión, en todos los terrenos, de la literatura japonesa en nuestro idioma. Ciñéndonos a lo relativo al jaiku, su incansable compañera de esta especie de bendito proselitismo lírico es la profesora de la universidad de Kioto Seiko Ota. Juntas han firmado y publicado, con anterioridad a este Haikus de guerra, La palabra de estación en el haiku japonés, Haikus en el corredor de la muerte y Haikus de amor.

Siempre en ediciones bilingües, hermosas, cuidadas hasta el mínimo detalle. Siempre en la editorial Hiperión, pionera en la introducción en español de la literatura japonesa y de la oriental en su conjunto, incluyendo la vietnamita o la coreana -iniciativa que tantos le agradecemos y de la que tanto hemos disfrutado y aprendido-, y que sigue en la brecha con renovada dedicación e idéntico empeño: sólo este mismo otoño han visto la luz en sus prensas, al margen de este florilegio, Poemas amorosos del Manyooshuu, poemas escogidos de Li Bai bajo el título Manantial de vino y otra antología, más clásica, de la renombrada estrofa nipona ordenada de invierno a verano, coordinada por Alberto Manzano, Haiku de las estaciones, en este caso en segunda edición revisada.

El jaiku que abre este último volumen en torno a lo bélico es nada menos que del maestro Matsuo Bashoo: “Hierbas de estío./Rastros de sueño/de guerreros de antaño”. De los grandes ‘haijines’, de los que conozco publicados en español, hay casi una decena del moderno Masaoka Shiki. Otros escritores importantes, cuya semblanza traza, en relación con su tiempo, Seiko Ota en la introducción en la que contextualiza y sitúa a la perfección el asunto, serían Saitoo Sanki, Tomizawa Kakio, Katayama Tooshi y Hasegawa Tosei. Los tres autores vivos son mujeres: Omori Ayako y las responsables de la antología, que como en su anterior selección amorosa, se han atrevido a cerrar, con apertura temática, la muestra de jaikus, si bien completa el libro un poema poco patriótico, luego muy humanitario, de Akiko Yosano, la intensa, atrevida poeta de la pasión.

La compilación abarca un amplio repertorio de temas y enfoques relacionados con la guerra, que van desde lo más tremebundo y sin paliativos: “En la nieve,/como a una bestia/lo matamos” (Hasegawa Sosei), “Con los ojos/atravesados por bala,/le hago sentarse” (Hino Soojoo) o “Ametralladora./Entre las cejas/florece una flor roja” (Saitoo Sanki) a lo más lírico y a pesar de los pesares deudor de la contemplación de la naturaleza, tan unida a la esencia del jaiku: “Los llamados enemigos/ahora no existen./Luna de otoño” (Takahama Kyoshi), “Noche de nieve./Pronto los centinelas/se vuelven blancos” (Kuriu Sumio) o “La batalla:/ante mí, va el deslumbramiento/de la mariposa” (Tomizawa Kakio).

La edición es limpia y primorosa desde la portada, con el título en rojo sangre sobre un fondo de gris campo de batalla y un jaiku caligrafiado de Katayama Toosi. Contiene, como es costumbre del tándem Seiko-Gallego, sendos prólogos complementarios, uno muy específico del motivo y otro como puente entre lo oriental y lo occidental, y pocas notas, sólo las justas y necesarias. De la labor de este dúo hispano-japonés, qué puede decirse que no se quede corto, es tan meritoria como encomiable, y no conoce el descanso, como indicaba al principio.

De hecho, en sus palabras preliminares Seiko Ota anuncia próximas analectas, en concreto una no menos original, dedicada al movimiento, surgido alrededor de 1930 bajo el marbete de ‘Haikus a contracorriente’, alguno de cuyos miembros ya se destaca aquí, que seguro que, como este bélico y los anteriores, será harto interesante y sugerente, que tendrá su aquél, vaya, pese a que con los años cada vez sea más partidario del jaiku clásico de métrica tradicional y fijación en la naturaleza, incluso con “kigo”, palabra estacional. Pero hay que estar abierto a la sorpresa y de todo se puede aprender, sin duda. Mientras haya estudiosos preparados y dispuestos a enseñarnos.