Tren, por Luis Marigómez

 

images

Llego con tiempo. Según avanzo hasta mi vagón, veo que hay algunas ventanas con el vidrio resquebrajado en mil pedazos, pero parece que están enteras. Tendrán doble capa, como los parabrisas de los coches. Hay mucha gente dentro, es domingo por la tarde. Miro la reserva y busco mi asiento, junto a la ventana. En el de al lado está una mujer joven, alta, morena, delgada. Lleva un jersey a rayas gruesas, grises y rosa pálido, y un pantalón de pana gris claro. Apenas puedo dejar los bultos en el maletero encima del asiento. Está casi lleno. Poco después de llegar yo, se sienta un hombre joven al otro lado del pasillo. La chica le saluda, con frialdad. No deja de jugar con el teléfono móvil. Hace una llamada y cuenta que están los dos en el tren, que han llegado a tiempo. Salimos puntuales. Supongo que quizá son hermanos, y están enfadados por algo.

Hojeo el librito sobre Durero que compré en la exposición. Cuenta que es el primer pintor que firma buena parte de su obra, el primero que hace autorretratos, cuando ni siquiera hay espejos fiables, el primero que pinta plantas con detalle, (unos lirios que vi esta mañana, una lámina que miro ahora de unas hierbas, acuarelas…) En todo lo que dibuja, en lo que pinta, hay orden y precisión. Los detalles son sorprendentes, de una exquisitez y cuidado inverosímiles por puro afán realista. Y aun así, hay una zona oscura entre tanta claridad. Jesús dice que le molesta una obra tan contenida, que reprime sus apetitos homosexuales hasta ahogarlos. En Nüremberg, donde todavía está su casa en pie, entonces condenaban a muerte a quienes no lo hacían.

La mujer no deja de jugar con el teléfono móvil durante el viaje. Veo que maneja el teclado con soltura y supongo que está enviando mensajes de texto. El hombre, grande como un oso, vestido con un jersey negro, hecho a mano, que le queda pequeño, escucha música en otro aparatito. No se hablan ni se dirigen la mirada durante un buen rato.

No me fijo en el resto de los viajeros del vagón, supongo que somos los típicos de domingo por la tarde que han ido el fin de semana a Madrid a ver a la familia o a desahogar ansias afectivas o de otro tipo. Jubilados, estudiantes universitarios, algunas personas de mediana edad. Carecemos del menor interés con nuestras caras previsibles y nuestro aspecto vulgar, cansino.

Según para en las estaciones correspondientes, el tren se va llenando aún más, de viajeros, gente joven que vuelve a sus quehaceres. Algunos ya no encuentran asiento y quedan de pie junto a las puertas del vagón. La chica habla un momento con el chico y los dos se levantan y van a ese espacio incómodo. Tras un cristal veo que ella habla con gestos muy expresivos, mueve las manos, tiene los ojos muy abiertos y la boca pareciera que da voces, pero no se oye nada. Él está mucho más calmado y responde con gestos tranquilos.

Vuelvo a Durero y a su cuidado de orfebre en lo que hace. El libro dice que es el primer artista al norte de Italia que se atreve a pintar desnudos del natural. Adán y Eva en grabados y en los cuadros de El Prado, tan hermosos los dos, casi castos, inocentes en una belleza de proporciones tan estudiadas. También hay un dibujo en el que él se expone, casi como un sátiro, cuando ha dejado de ser joven, con trazos casi expresionistas, con un sexo rotundo. ¿Precursor de Schiele? ¿Cómo es que esta perfección emociona cuando lo más fácil es que dejara frío al espectador?

Alzo la vista y la pareja se abraza. A ella se le deslizan lágrimas por el rostro. Están así un tiempo largo, minutos quizá. Se cogen las manos y siguen hablando; ella ha perdido la tensión en su cara, acaricia el pelo a su hombretón.

En la siguiente parada hay gran trasiego de viajeros; cuando el tren arranca, pasan los dos a mi lado. Un joven pregunta por el asiento vacío junto al mío. Le digo que está ocupado. Una señora, delante de nosotros, dice que está libre, la pareja se ha sentado junta, al fondo del vagón. Miro un momento atrás para comprobarlo y me disculpo.

Falta poco para el final de mi viaje. Cuando me levanto para recoger el equipaje, ellos también lo hacen. Nos quedamos de pie mientras el tren frena despacio. Están muy juntos, como novios. En nuestro vagón también hay una ventana con el vidrio hecho añicos y, sorprendentemente, entero.

Ver autor en Cátedra Miguel Delibes