Coriolanus de Ralph Fiennes (Gran Bretaña, 2011)

Juan Varo Zafra

En su Vida de Coriolano, Plutarco se refiere al militar romano del siglo V a. C. diciendo que «si, por una parte, la fuerza y vigor de su carácter, que no conocía limitaciones, le impulsaban a acometer grandes empresas y a consumar nobles acciones, en contrapartida, su cólera incontenible y su contumacia hacían de él un ser desabrido que se relacionaba mal con los demás»1. Irascible, radicalmente asocial, soberbio, enemigo del pueblo, Coriolano es también un héroe esforzado y valiente, indiferente al dinero y el lujo, incapaz de comprender que la hostilidad que sufre por parte de los demás es solo un reflejo de la suya. Para Plutarco, Coriolano es un ejemplo de héroe traidor al que sanciona en su comparación con Alcibíades (aquel «señorito ateniense» en palabras de Unamuno), prefiriendo la demagogia amoral del segundo a la brutalidad del primero pues, «si bien es vergonzoso halagar a la plebe para lograr el poder, el conseguirlo a base de actos de terror, violencia y opresión es, además de vergonzoso, injusto»2. Shakespeare se basó en la biografía de Plutarco para construir en torno a 1608 una tragedia política en la que el inhumano Coriolano aparece sometido a la influencia monstruosa de su madre, en una ciudad corrompida, mediocre, presa de discordias sociales y amenazada por fuerzas externas. Coriolano es una tragedia amarga, descreída, ausente de la dimensión espiritual de otras piezas trágicas del autor como Hamlet y MacBeth3.

Resulta curioso que Ralph Fiennes haya escogido una obra tan incómoda, con un protagonista tan antipático, para debutar en la dirección de cine. Pero, vistos los resultados, la decisión no puede haber sido más acertada. El director basa su adaptación en un doble presupuesto: la fidelidad al texto y la traslación de la acción a la época contemporánea. Así pues, Fiennes ambienta su Coriolanus en una ubicación vagamente balcánica, pero conservando el nombre de la ciudad y las instituciones y costumbres romanas. Los enemigos siguen siendo los volscos. Así pues, el espectador se encuentra ante una realidad alternativa: una nueva Roma con sus patricios, cónsules y tribunos, sus tensiones civiles y sus guerras interminables en una contemporaneidad alternativa que remite, por una parte, a la guerra de los Balcanes y, por otra, a la lengua reconocible de las tragedias de Shakespeare aunque sin la afectación de otras aproximaciones más o menos recientes a su obra.

La inteligencia de este planteamiento se muestra no solo en la citada fidelidad al texto sino también en la sabia incorporación de realidades modernas, inexistentes en el siglo XVII. En este sentido, resulta particularmente lograda la incorporación de los medios de comunicación de masas a la trama. Coriolanus presenta la televisión, con sus informativos y sus debates políticos, como el medio de la demagogia y la intriga política.

La dirección de Ralph Fiennes es vigorosa. Coriolanus es una película áspera, de aristas afiladas  y  personajes desagradables. El espectador asiste al espectáculo nada amable de unos políticos mediocres y corruptos, unos militares odiosos, de madres crueles y tiránicas, de esposas que no pueden salvar a sus hijos de la cadena del odio y el dolor (en ese aspecto es estremecedor el breve parlamento que el hijo de Coriolano dirige a su padre casi al final de la película). El film responde así al tono negro de la tragedia, sin concesiones de ningún tipo.

Como actor, Fiennes está excelente en el retrato de un personaje inhumano, violento pero también frágil y vulnerable. El trabajo del resto del reparto, en el que destacan nombres como Jessica Chastain, Vanessa Redgrave, Gerald Butler, Brian Cox y James Nesbitt resulta, sencillamente, extraordinario.

La película se ha estrenado en España en enero de 2013, casi dos años después de su realización. Nos imaginamos la reacción del violentísmo Coriolano ante esta injusticia.


1   Plutarco, Vidas paralelas, Introducción de A. Bravo García. Traducción de M.ª A. Ozaeta Gálvez, Madrid, Alianza, 1998, p. 142.

2   Ibídem, p. 202.

3   Cf. A. L. Pujante, «Introduccion», en Coriolano, Madrid, Espasa-Calpe, 1990, p. 10.