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Tal vez escribir, como sugiere Juan Cobos Wilkins, no sea otra cosa que el juego de un niño solitario. Pero nadie pone más serio empeño en su juego que los niños y, de ahí, surge la tragedia. Por eso, los textos más lúdicos están a veces sobrecogidos por un pellizco trágico y entonces nace la poesía, es decir, el teatro. No la mera literatura dramática con sus secuencias dialogadas que caracterizan a los personajes, sino el acto que reinventa el arquetipo, la materialización mediante espejismos de una oculta energía, original y transgresora, la mitificación de la existencia a través de una sugerente alquimia donde el autor cede el protagonismo a los actores para alterar la conciencia del espectador.

Cobos Wilkins duda que los textos incluidos en su libro Mysterium (Sevilla: Ediciones en Huida, 2013) pertenezcan en su forma ortodoxa al género teatral. Los ve más bien como híbridos entre géneros, entre la poesía, que es consustancial al teatro, pero también entre éste y el relato. Es normal que ocurra así, dado el carácter todo terreno de este escritor nacido en Riotinto (Huelva) en 1957.  Pero lo que le viene a importar es precisamente ese talante fértil y transgresor de las nueve piezas breves, incluso brevísimas, que conforman el conjunto. Yo creo que sí, al menos, cumplen la función principal del teatro: provocar al espíritu. El teatro es un delirio contagioso que lleva al espíritu al manantial de sus conflictos. Y esto sucede con las obras reunidas bajo el título general de Mysterium: no pasarán desapercibidas por el alma del lector, sino que, transportándole a un mundo de onírica fantasía, le harán zambullirse en esa oscura libertad que se confunde visionariamente con la libertad del sexo.

Pero fijémonos en el título. Mysterium nos remite al pasado clásico, porque el teatro se remonta a los orígenes de la cultura, al secretismo de las ceremonias de Eleusis y a los ritos dionisíacos. Y esta concepción, tan antigua y tan moderna del arte dramático, entronca en nuestra tradición hispánica con aquellos intentos renovadores de las vanguardias de los años veinte y treinta y, más explícitamente, en la pieza titulada “Sólo el misterio”, con Federico García Lorca. Pero también remite a los textos sagrados judeocristianos, como en “Revelación”, o a los cuentos de hadas, tan despiadados realmente como aquel teatro de la crueldad preconizado por Antonin Artaud —véase a este propósito la pieza nominada “La imaginación pervertida”—. En todo caso, la propia mitología personal que encontramos en la excelente producción poética del autor está latente en las páginas del libro y se manifiesta expresamente, no sólo a través de los ángeles y las mantis que se enfrentan y se acarician sin consumarse nunca.

Personajes, sombras, voces y ecos del imaginario colectivo confluyen en la dramaturgia de Wilkins, en contubernio con la genuina individualidad del creador. La dimensión social alcanza la crítica al sistema y al estado en “Oferta y demanda”: “Un mundo desollado. Invisible, intangible, negocio, poder. De la vulgar piedra a la piedra filosofal, desde el Big-Bang al tic-tac del presente. Y por supuesto, lo más rentable: el futuro. Los devoradores del futuro son insaciables con el tic-tac tic-tac del presente, y fingen, se disfrazan, se metamorfosean, reptan por la línea de los electrocardiogramas como por la línea quebrada de la Economía. Ayer mismo se vendió al Estado la última luz de la última luciérnaga. Y el Estado, a su vez, la subastó para seguir siendo Estado en la sombra”.

Las piezas teatrales de Mysterium han sido escritas con una libertad creadora excepcional. Hay un magisterio soberbio y una destreza implacable en sus recursos, que dotan al volumen de una fluidez envolvente y seductora. No podía ser menos. Juan Cobos Wilkins es autor de una brillante obra poética, que ha obtenido, entre otras distinciones (Premios Jaime Gil de Biedma o Ciudad de Torrevieja), el Premio de la Crítica de Andalucía. Como narrador, ha ganado, entre otros, el Premio NH de Relatos o El Público de Novela. Ha escrito varias novelas, una de las cuales, El corazón de la tierra, ha sido continuamente reeditada desde su aparición en 2001 y llevada al cine bajo la dirección de Antonio Cuadri. Se trata de una historia de hondas raíces épicas que retrata la Huelva de los ingleses que explotaron sus minas y a sus gentes en el siglo XIX. En este sentido, se podría decir que Juan Cobos Wilkins es una autor profundamente andaluz, muy onubense, capaz de degustar la pureza poética de Juan Ramón Jiménez —de cuya Casa Museo ha sido director durante la etapa más brillante de ésta— y las coplas modernas de la ochentera Martirio.  Con arraigada sensibilidad social, aúna tradición y vanguardia, como los más sabios poetas que en el mundo han sido. Guionista y crítico, también ha publicado ensayos y la biografía Álbum de Federico García Lorca. Licenciado en Ciencias de la Información, ha dirigido la prestigiosa revista literaria Con Dados de Niebla. La publicación ahora de su teatro por parte de Ediciones en Huida viene a confirmar la alta calidad de su literatura.

Nueve es número dantesco. Nueve, las piezas de Mysterium, como los círculos infernales del Dante. “El Teatro” —que fue dirigida por Alfonso Zurro en el Día Mundial del Teatro en 2006— subraya el enfrentamiento floral entre El Actor y El Espectador para dejar una escena vacía. En “Oferta y Demanda”, la conversación entre un Cliente y una Vendedora Tuerta despliega una metafísica de la pureza frente a un sistema viciado. “El sacrificio del poeta” festeja la génesis literaria en la que el autor se inmola para que se llenen las páginas de palabras. “La imaginación pervertida” permite otra nueva lectura de los arquetipos de los cuentos infantiles en un ámbito de apariencias donde sólo lo irreal parece real. “Revelación” es un trance apocalíptico entre dos antitéticos simbólicos, al tiempo que los siete sellos asoladores van desvelando sucesivamente el horror de ser sólo reflejos de reflejos de la divinidad. El sentimiento de desamparo que invade “Monólogo de niña con muñeca” deviene en una irreversible y fosforescente metamorfosis. En “Martirio del hada” los niños prenden hojarasca y hojas secas bajo los pies del Hada mientras canta el esqueleto de un ruiseñor. “Velatorio” muestra cómo su madre angustiada y otras mujeres velan el cadáver de un niño antes de que reine el total silencio previo a la Creación. El escenario, invadido de luz, ciega a los espectadores en “Sólo el misterio”. Así esta novena pieza de Mysterium cierra el círculo mágico y, enlazando por su tema con la primera, “El Teatro”, se cumple la alegoría. Puede el lector dejarse llevar por su hechizo con la fiabilidad de quien penetra una gozosa espesura donde le aguarda la revelación. Y de que ésta, por muy indefinible que sea, alienta una apuesta vital por la literatura desde el convencimiento de que “sólo el Misterio nos hace vivir. Sólo el Misterio”.

Mauricio Gil Cano