Pilar Galán, Tecleo en vano, Mérida, De la luna, Mérida, 2014.

Por Yolanda Izard.

 

Algo más de una veintena de relatos conforman este nuevo libro de la escritora extremeña Pilar Galán, licenciada en Filología Clásica, ganadora de más de una veintena de premios narrativos, y autora de seis libros de cuentos y de cuatro novelas, todas ellas publicadas por esta editorial, “de la luna libros”, especializada en autores extremeños. Pilar Galán es, pues, una escritora ya curtida en el mundo de las letras, pero esta colección de cuentos da un paso más allá y, como ocurre alguna vez en la vida de todo escritor,  decide aquí reflexionar –unas veces directamente, otras de manera tangencial- sobre esa herramienta esencial de su oficio que son las palabras, y de ello dan fe no sólo el título, sino algunos de los mejores relatos del libro.

La palabra sobre la que se vehiculan los relatos trasciende a menudo su diseño  funcional para dar cuenta, como no podía ser de otra forma en una autora que además de ser profesora de instituto lo es de un taller de escritura creativa,  de cómo determinan nuestra propia existencia. Así, los nombres que llevamos, como un apéndice más de nuestra identidad, no se corresponden con un condicionamiento baladí; antes bien, la autora alerta en uno de sus relatos, “Usted tiene cara de llamarse Antonio”, con un fino humor, sobre esos condicionantes añadidos que pueden ser los nombres equivocados. De otro modo, pero sin dejar el hilo de la palabra que es la urdimbre de este libro, un relato conmovedor como es “Lección de literatura” desgrana a través de un viejo profesor de literatura que debe dar un último discurso de despedida a un compañero, las falacias de una profesión que ha de mostrar su burla a los tópicos y una “fina ironía perfilada de elocutio”, porque no está dispuesto a “llenar de metáforas de plástico” el vacío que siente. Muy perspicaz, Pilar Galán imbrica el leve argumento con toda una teoría de la elaboración creativa de un discurso, con su dispositio, su elocutio y su conclusio, sin perder nunca de vista la emoción e, incluso, y a pesar de todo, esa capacidad de la literatura para dar “un extraño consuelo”.

Seguimos en el ámbito de las palabras, que a modo de abanico abierto Pilar Galán muestra en sus múltiples facetas, y en “Conjugaciones verbales” estas adquieren el protagonismo indiscutible del relato: “Los malditos verbos, esos núcleos caprichosos, consentidos, los rema que aglutinan, que atribuyen…” para, en un alarde de libertad al que fácilmente la autora se adhiere, pues es premisa indiscutible de todo cuentista, rematar en verso el breve relato.

“Una siempre tiene tema de conversación con un colega y puede manejarse tanto en campos semánticos como asociativos”, señala en otro de sus mejores relatos, “Incinérame el cilindrín”, que lleva al mundo de lo posible una obsesión extrema por la exactitud y la perfección léxica de una solitaria profesora de lengua que encuentra a través de la enseñanza de las palabras su destino de anacoreta, solo enturbiado por un fugaz amor con un joven profesor visitante cuyo español está plagado de arcaísmos, cultismos y léxico ya periclitado. De nuevo, la escritura de Pilar Galán enhebra su dedicación temática a la palabra con un humor discreto, desenfadado, a medias entre el devaneo retórico y en ocasiones algo artificioso, y su afición por lo coloquial.

El mundo actual, con sus palabras virtuales en ordenadores –“El hombre que iba a casarse al día siguiente”-, o en “Redes sociales”, o que parafrasean otras de famosísimas películas –“En ocasiones veo porno”-, alterna con la nostalgia de otro mundo perdido y que corresponde con la infancia: con esos afectos y desafectos familiares  que han marcado nuestra vida, y que en este caso simbolizan esas navidades de villancicos en un inglés adaptado libremente a nuestra fonética, como muestra el propio título, “Yinguel Bel”; o “Una espiga dorada por el sol”, relato en el que, como el anterior, una de las canciones de nuestra infancia en colegios religiosos constituye su columna vertebral, en torno a la cual gira el brevísimo destello que deja en la memoria de un grupo de alumnas un profesor seductor, por completo desbaratado por el paso del tiempo. Cuando uno ya sabe “el carpe diem, y el hedonismo, y el molino que nos tritura con dolor”. En la misma órbita de mirada vuelta al pasado de la infancia, en este caso en un internado de Valladolid, otro de esos breves relatos del libro que alternan con otros de mayor extensión, “Maguey”, rinde homenaje a las palabras eufónicas, “Durazno, maguey, alquejenje, guayaba, guara, arrayana, luma”, que, como una plegaria, son capaces de ahuyentar el frío y la niebla de esta ciudad gélida en la que sus habitantes, “sí, hablan bien, pero las sílabas tienen los bordes cortantes del carámbano y las letras se pegan a los labios, perdidas en las grietas”.

Homenaje a la palabra y a la escritura y a la voz que la dice, “Tecleo en vano” es una obra de madurez que cumple con el sueño de todo escritor: hacer que las palabras tomen el protagonismo de nuestra labor creadora.