ssl_p10_EAYSO_preview

Ser libre

Quien pretenda no ser solo una sombra

que atraviesa la vida, bien conoce

el precio de ser libre. Es una distinción

que va colgada

como avisando su condena. Allí se queda

destituyendo cada muro, viendo caer

su incomoda careta. Al dejar cada brillo

asoma la desnuda presunción de sus manos,

y todo lo acaricia. Alguien está esperando

cercenar el camino, poner la zancadilla,

ser testigo de una fuerza que aprieta

hasta dejar ahogado cada instante.

Sin respirar apenas, lentamente,

se va perdiendo el paso, va cediendo

el envés de esa intensa demolición,

y queda, al igual que después de la batalla,

lo que en pie no ha podido

ser víctima del fuego.

(Ritual de los espejos. 1992)

 

 

Algunas veces suena en la memoria

el eco de la noche. Los pájaros se alejan

de los jardines de la infancia y vuelan

hacia la oscuridad de la inocencia.

El tiempo se detiene y tiembla el mundo

en los vientos que azuzan con su vuelo

la claridad del día. Un niño duerme

escondido en la tarde. El mar retorna

hasta el origen del silencio y cesa.

Algunas veces somos doloridos

un eco más del eco, una palabra

más allá del lenguaje, un doloroso

presentimiento de cristal. Y entonces

somos de nuevo cifras de una aurora,

números de papel, tierra de nadie,

hijos que en otra luz no han elegido

ser parte de esa noche y de esa piedra

inmaterial de sombra en este instante

cuando mueve la voz y estamos solos.

¿Cuántas veces, sentado, he presentido

ese escozor que en su dureza escribe

un vuelo hacia mi sangre? ¿Cuántas veces

he vuelto a contemplar en el granito

de las entrañas de mi ser la noche

encender sus enigmas, decir nombres

que desconozco y son letras calladas

en el origen que la piedra esconde?

(El fuego inhabitable. 1999)

 

 

Si vuelvo la mirada hasta el agua del tiempo

¿quién me responderá

cuando se haya cerrado en ese instante

el camino hacia el día? ¿Quién

dará por sabido cada signo que queda,

cada señal que aún habla en el silencio?

No preguntéis ya más,

la piedra solamente es una huella,

un enigma

que no tiene respuesta. Abrazadla,

sentid muy cerca el pulso de su sangre,

el olor de su carne oscura y honda,

el grito de su cárcel.

En la piedra está el sol que ha derramado

la vida sueño a sueño, la religión del alba

que en oración nos vive en este día,

el temblor de los ojos de los siglos

en plenitud mirándonos,

un pulso lento que no cesa y habla

con la exacta palabra creadora.

(El fuego inhabitable. 1999)

 

 

 

Para perderse no hay ciudades

que escondan en sus calles

un misterio de piedra.

Sólo en los valles del ocaso

donde las nieves beben

el deshielo del mundo,

sólo en el claro desertar

de la luz frente al tiempo.

Para perderse sólo

el aroma de un limpio

crepúsculo en la altura.

No hay ciudades

que guarden en su seno

la nostalgia

de la vida que muere.

(El fuego inhabitable. 1999)

 

 

Que a nadie se parezca tu vida,

que no sea

el eco de otros ecos, voz hallada

en el espejo de los cisnes.

Voluble ante la nieve

deja herida una huella: solo un paso

que no parezca paso. Una pisada

que nadie diga que es pisada.

Incandescente ante los fuegos,

arde, vibrante como el oro,

temeroso también, que lo que brilla

es solamente resplandor y es eco

de otros más altos brillos. Pero a nadie

entregues el misterio. La nieve es agua

y con el agua muere, pero es blanca

en las alturas donde nadie pisa

y cuando mana en las entrañas sabe

que recorre senderos y se pierde

en el chorro más claro, en el más hondo

y solitario transcurrir del mundo.

(Material reservado. 2000)

 

 

Aquí está el vientre desnudo

del abismo; el soplo de la fiera,

la desolada albura de los niños

cuando navegan entre orquídeas, cuando

son agua en el agua de la noche. Aquí

el origen de un tiempo que no es tiempo,

la vorágine oscura de lo desconocido,

la invasión del conjuro

cuando salta en tu pecho y te recibe

lentamente en sus brazos tan vacíos.

(El color de la noche. 2008)

 

 

 

 Diluidos, sedientos.

Los días que se olvidan

pertenecen

al recinto del llanto.

La negra sed del humo,

la impasible derrota

de las fuentes,

los paraísos de la lluvia.

No tenemos más alto amor de espejo

que el que refleja al inocente.

(El color de la noche. 2008)

 

 

 

En ese duro mar de aguas calladas,

en la orilla del puerto

donde naufrago si me dejas

en las olas espesas de la tarde

de los caballos grises, de los pájaros

negros,

de los perros sedientos.

En ese olvido torpe de las rosas

que no despiertan nunca de su sueño.

(El color de la noche. 2008)

 

Para dormir en los brazos del frío,

para dejar la herida

de la noche en tus labios. Algas

de miel

o grieta de penumbra.

Para desafiar la lejana distancia

de la muerte.

Para vivir contigo a solas,

el temor tiene los ojos dulces,

es como el trigo

dorado y firme.

Tiene alas de fuego

como la tarde cuando escapa

por las orillas de un camino.

Sube hasta el sendero y deposita

su amanecer sobre los brazos,

huye entre las rosas

y los cisnes del agua.

El amor encuentra

la única respuesta entre los juncos

cansados del camino.

Habla la noche en las alturas

del corazón: y canta el pájaro más bello

en las ramas dormido.

(El color de la noche. 2008)

 

 

 

No hay pisadas

más libres que esos pasos

que no conducen a otro sitio

distinto que a ti mismo.

Pisadas como labios inocentes,

como horizontes de cristal,

como páginas de un lenguaje absorto

en la desolación de lo invisible.

No hay caminos

que se hagan al andar:

en la fuerza de una pisada deja

la tierra su memoria.

(El color de la noche. 2008)

 

Siento que en las palabras se ha escondido

el rostro de la niebla: amargo rito

de desnudez y bruma, dócil grito

de amor que suena a tiempo dolorido.

Atrapo la inocencia del olvido,

voy buscando la luz de ese infinito

que puede ser mi sombra, ese delito

que me abate y me turba sorprendido.

Camino hacia la noche. Va desnuda

de toda luz y suena breve y muda

una música absorta, una tormenta

de vana sed y frío, un imposible

deshielo de la voz en la invisible

presencia de esa muerte tan violenta.

(El rostro de la niebla. 2009)

 

 

No atrapo el tiempo porque vuela y huye,

es distante y amargo como el oro

de los árboles débiles del día. En el fondo del mar

viven las cosas

que no tienen ya tiempo, que han hundido

sus lágrimas de sal entre los peces

en las aguas dormidas por unos labios mudos.

En su vaga ilusión me dan la mano

como olvidos cansados, como fruta. Tiempo

en la ingenua sombra de la noche

que se pierde en tu cuerpo como el frío

se derrumba en la nieve. Tiempo amargo.

No atrapar la distancia de las cosas

lejanas e invisibles. Es difícil

imaginar otro mejor camino

hasta llegar al fin donde tú vives,

hasta llegar al lado del misterio.

(El rostro de la niebla. 2009)

 

 

 

No todas las preguntas son lo mismo:

unas veces el duro enigma brota

como un agua sin fondo. A veces mana

como el silencio de una tarde breve

que se escapa en las alas de una triste

cigüeña cuando vuela. Otras veces

es la sombra de un árbol en verano,

o la fuente que se alza en chorro abierto

hacia la inmensa brisa donde abraza

la soledad del viento. Son preguntas

como labios sedientos, como noches

heridas que ya nadie reconoce.

No todas las preguntas son preguntas.

A veces viene el agua y nos responde.

(El rostro de la niebla. 2009)

 

 

 

Carta

Padre, perdóname, no haré más versos.

Ovidio

 

Padre, perdóname, no haré más versos,

aunque me hunda en el vano vacío

de no existir, y muera, como pájaro

enjaulado en su cárcel a la que tanto ama

y de la que nunca pensó que escaparía.

Padre, perdóname, no haré más versos,

ni soñaré que algo no tangible me salude

cuando despierto, cuando solo es de día

para los que tienen oficio más decente.

Perdóname. Los versos solo pueblan

escaparates de nostalgia, luz oscura

y veneno tan agrio como un beso

premiado por ser dócil, por ser siempre

solo uno más en el cubil del mundo.

Padre, perdóname. No haré más versos.

(La única semilla. 2009)

 

Virginia Woolf

Ha buscado el abismo de las olas

en el centro del alma: flores dulces

como frutos desnudos te invadieron

sin apenas sentir en sus dominios

más melodía que su voz. Hablaron

de Orlando , y en el faro de la lluvia

se dibujó el silencio del silbido

con su nacer en la mañana. Luego

navegó por las noches hasta el roce

de la luz y del frío. Tuvo miedo

de no poder volver hasta el origen

donde la claridad rompe sus alas.

(Femenino singular. Inédito)

 

Zenobia Camprubí

El temblor de una sombra devolvía

sus ojos claros y su voz callada.

Rozó otra vez en su pasión la noche

donde un cuerpo descansa adormecido

junto al poeta triste y desvelado.

En sus brazos te albergan las mañanas

cuando despiertas recibiendo el mundo

con sus dedos de miel y con su lengua

sutil y amarga. En su vivir se queda

como un rubor de fuente entristecida.

Vuelve el amor del tiempo, vuelve ahora

a levantar su corazón de olvidos

en el ocaso de sus ojos. Vuelve

hasta el lugar del agua. Vuelve al cieno

en el dolor, al desamor sentido

cuando tiemblan en ti todos los vuelos

de los ocultos pájaros. Y puedes

huir sobre sus alas en derrota

con los años heridos: ahora duele

muy adentro en el fondo de las lágrimas.

(Femenino singular. Inédito)

 

 

 

PRIMEROS LIBROS

Los libros eran la mejor manera

de poder escapar de la rutina.

Felices nos dejaban en las manos

un paisaje perdido. Nos surgían

preguntas insalvables: cómo reconocer

la lealtad de las palabras,

cómo vivir el único destello que podía

iluminar nuestro camino. Cómo

no imaginar que cada página

nos abría los ojos, nos dejaba

una voz tan extraña como el fruto

de un árbol invisible y escondido.

Era el grito callado que soporta

la libertad y la nostalgia

de las cosas heridas por el tiempo.

Nunca sabremos cómo se encendían

las candelas del alma cuando un libro

nos invadía y nos ganaba

hasta beber indómitos sus letras.

Los libros eran siempre la manera

de alejarnos del mundo sin ser vistos.

(Las palabras distraídas. 2012)

 

 

 

EL POETA

 

El poeta es esclavo de sus versos escritos,

de sus palabras mudas, de sus silencios

obsesivos, de sus grandes errores.

Cuando un verso se muere entre otros

versos, es que estamos perdidos. Damos

a cada signo su valor y sabemos

que podemos caer en esa trampa

de la que nunca escaparemos.

El poeta es un ser en la indigencia,

un ave que se esconde entre las ramas,

un cazador furtivo en descampado

cercado siempre por su inteligencia. El poeta

derriba los obstáculos del miedo

cuando no encuentra otra salida, y huye

a la deriva de su propio olvido.

(Las palabras distraídas. 2012)

ESTA CUMBRE ES UN FRACASO

No se construye el mundo

con el dolor. Es preciso

que la voz de los hombres

suene, que sus pasos

se escuchen más allá del olvido

donde está sometiéndoles la vida.

La libertad se gana y se defiende.

Para vivir son necesarios

los momentos que habita

la dignidad. El fracaso

enturbia con sus dedos

la transparencia,

la luz que brota en cada sueño

más allá del silencio. No

se construye el mundo

con palabras oscuras, con gestos

que nos acerquen con sus lágrimas

a una cumbre de muerte.

(Forma y palabra.2013)

 

MINERVA TRANSFORMANDO A ARACNE

 

Tuvo obsesión por demostrar que puede

tejer más que Minerva y más aprisa,

ser la primera en devanar el mundo

hasta formar la red de lo invisible.

Y en ese reto se encontró atrapada:

no pudo ver que con la red tejía

su cárcel lentamente, prisionera

de si misma en su propia desventura.

Los hilos se trenzaban como agujas

afiladas y firmes . Nada extraña

que cuando se envolvía en esa trampa

iba cerrando su final seguro.

El corazón de Aracne fue mudando

hasta ser negra urdimbre de una araña.

(Forma y palabra.2013)

 

 

Está cerca la noche,

y cuando miro

apagarse los fuegos de la tarde

sobre la línea débil

del camino,

fuente de azules páramos,

encuentro en mí el vacío

abismado en lo oscuro, en la brumosa cima

que se alberga en los árboles,

que cuando brota es una nube

de semillas que escapan

y se alejan en un vuelo

encendido y extraño.

(La voz del retorno. Inédito)

 

Vengo a buscar la mirada

del frío que se aleja derrotado.

Vengo solo

persiguiendo un instante

que no se quiebre con el miedo

de ninguna presencia. Sólo mi alma

libre hoy de músicas

y de racimos de oscuridad ya muerta

me habla despacio. Vengo

a recibir la oscura sacudida del sol

en las laderas, en la caricia

del tiempo

que no podré sentir

con la cansada voz de las hojas heridas

cuando caen tristemente.

(La voz del retorno. Inédito)

 

 

Vi alojarse los días

en la llanura de las horas. Y pasaban

despacio, dejándonos la huella de un cansado

vivir. No tenían

jamás prisa por nada.

Vi derramarse la tarde

con sus oros, el color transparente

del sol cuando está siendo vertido

entre los pinos. Aprendí a ver morir

el día y a volverse a construir de nuevo

en la mañana lentamente. Fui la medida

de sus cansados pasos.

En ese instante estaba detenido

en la orilla de un tiempo

que nunca más retorna.

(La voz del retorno. Inédito)