A continuación, pueden disfrutar de otro microrrelato de Amparo Pozo, alumna de Yolanda Izard.
Habíamos ido a comer a la orilla del Carrión.
Mamá se puso el bañador y se metió en el agua. Caminaba hacia el centro dejando una estela con las manos. Sin mirar hacia atrás, dijo:
—Venid a nadar, no me dejéis sola.
Nadie contestó. Mi padre siguió quitándose el pantalón largo, luego sacó el balón del coche y chutó en dirección a Diego. Éste disparó una patada con fuerza y la bola aterrizó en la cara de mi madre que en ese momento se dejaba arrastrar por la corriente. (El río por donde llegaba mamá bajaba violento y las aguas marchaban a toda prisa a estrellarse contra la ribera). Con el balonazo, mamá se encrespó y cuando se tocó y notó que la nariz le sangraba, se alteró y empezó a chapotear. No hacía caso de la corriente embravecida. Cuando quiso darse cuenta estaba metida en un remolino que la arrastraba. De vez en cuando sacaba las manos y las agitaba.
Fui corriendo, espantada, hacia mi padre.
Cuando nos acercamos a la orilla el agua mostraba reflejos verdes y plateados. Parecía una mañana normal.
La comida esperaba en la cesta.