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Marco Temprano (Valladolid 1950)

Pintor y grabador formado en la Escuela de Arquitectura de Valladolid y en el Taller Municipal de Grabado Calcográfico. Colaborador habitual de la Fundación Segundo y Santiago Montes, de VacceArte, y de la Revista Atticus, es miembro fundador del GRUPO V/V y de la Asociación Cultural de Grabadores de Valladolid. Su eclecticismo le conduce a desarrollar múltiples técnicas de expresión: figuración, abstracción, collage, volumen, grabado, fotografía e incursiones en la poesía y el relato; habiéndose unido este curso al Club del Jengibre (Taller de escritura dirigido por Yolanda Izard).

 

Obras editadas: La Dama del Teatro, novela en edición no venal (2009). Relatos en torno al Bar del Teatro, libro colectivo y solidario editado para la FSySM, ilustrado con cincuenta y seis grabados propios (2010). TR3S, relatos colectivos y solidarios, escrito por veintiocho escritores y otros tantos ilustradores (2013). Somos nuestro equipaje, novela, Megustaescribir (2016) y Diciembre, a punto de ser editado por Páramo (2016).

 

CHARPENTIER

Para David que hoy cumple 38 años

 

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Sabíamos del amerizaje del módulo en la esclusa de Suresnes por las vibraciones sísmicas detectadas en el observatorio aeroespacial. Sabíamos que había llegado, pero ni los radares ni las cámaras habían certificado su arribada. Revisadas las grabaciones de la zona, en dos de ellas quedó registrada una inexplicable vibración del agua, ocurrida a las 3 horas 25 minutos del martes 5 de abril. No habían pasado diez minutos de la anomalía revelada cuando el equipo de detección ya tenía la zona totalmente rodeada y escaneada sin resultado. Sin error posible en los cálculos, desde la plataforma orbital confirmaron su llegada y facilitaron las coordenadas del contacto; enviaron una docena de drones equipados con sensores de última generación, pero por más que sobrevolaron el cauce del Sena, no encontraron la nave.

―¿Qué demonio de tecnología tendrán estos tipejos para no ser detectados? ―escuché que preguntaba el sargento Filippe, dirigiéndose al capitán Regnault―. ¿Usted cree que es cierto que están ahí abajo? ―dijo apuntando al fondo de la esclusa.

―No lo dude, Filippe. Ahora nuestra misión consiste en localizarles y ver qué es lo que traman. ¿No es así, inspector Charpentier?

Sin saber qué contestar, quedé mirándole y asentí con una ligera inclinación de cabeza, mientras pensaba en el cálido cuerpo de Juliette que había tenido que abandonar tan de repente. Si la tecnología no daba con ellos… ¿Qué coño íbamos a lograr nosotros?

A eso del amanecer, nos dispersamos para cubrir la mayor cantidad de barrios posibles. Sería un milagro que nos cruzáramos con alguno de ellos. ¡A saber cuántos eran y dónde irían! El retrato robot que había recibido en el móvil no dejaba de ser el de un tipo cualquiera, de cabeza tal vez más estrecha y alargada, ojos negros avellanados y hasta ahí llegaba la diferencia. Si tuvieran tres ojos y tentáculos hubieran sido más fáciles de localizar, pero siendo tan parecidos a nosotros…

A media mañana, caminaba distraído por la orilla izquierda cuando me llamó la atención el aspecto de un hombre joven que andaba fotografiando los puestos de los buquinistas; la singular forma de su cabeza en forma de cerilla y la holgura del cuello de la camisa me hicieron clasificarle como raro. Le estuve observando en la distancia pensando ilusionado que bien podría ser uno de los seres que andábamos buscando. Cuando giró, para dirigir su cámara hacia las mansardas de los edificios, constaté el increíble parecido con la imagen recibida en el móvil esa madrugada.

―¡Menuda suerte! ―pensé―. ¡Ya tengo uno!

Cuando iba a telefonear al capitán sentí su mirada y, haciéndome el distraído para no ser descubierto, pregunté al librero de uno de los puestos si tenía estampas antiguas con gabarras, mientras trataba de no perder de vista a mi presa.

Mientras cruzaba el Petit Pont, aproveché para hacer la llamada, comunicar mi posición, solicitar refuerzos e informar del seguimiento. De no ser por su considerable altura, le hubiera perdido entre los numerosos orientales que como él fotografiaban compulsivamente la fachada de la catedral. Este marciano no debe de ser peligroso si se pasea por las calles de París haciendo fotos como un turista más, pensé aliviado. Lo veía tan centrado en su papel de forastero que llegué a pensar si no me habría precipitado al pedir refuerzos y, como aparentaba, era otro inofensivo viajero de los que visitan Notre Dame a diario.

En la entrada de las torres, me puse a la cola tres o cuatro puestos detrás, pagué los ocho cincuenta de la entrada ―que ya vería la forma de recuperar en comisaría― y comencé a subir los cuatrocientos escalones tras él. Una vez llegado a la terraza de las gárgolas y recuperado el resuello, le observé a distancia. Cuando ya pensaba que estaba definitivamente equivocado, vi cómo sacaba del interior de su chaqueta un pequeño cilindro metálico del que surgió un fino rayo luminoso que fue a confluir con otros dos más: uno de ellos lanzado desde lo alto de la Torre Eiffel y el otro, aunque no pude ver de dónde había surgido, supuse que habría partido de lo alto del Sacré Coeur.

Ante aquella extraña triangulación espacial se disiparon mis dudas. Eufórico por el chute de adrenalina, me felicité por haberle descubierto ―y lo había hecho yo, el inspector Charpentier, sin ayuda ninguna―. Armado de valor y de inconsciencia, sin esperar los refuerzos, traté de identificarle y detenerle. Placa y pistola en mano fui hasta él y, cuando le estaba diciendo que era policía, al cruzarse nuestras miradas no sé qué pudo pasar que se oscureció el día y cuando volvió la luz se había esfumado.

Perplejo y desconcertado quedé mirando a ese extraño ser que acodado en la baranda se burla de París; aunque, al ser testigo de tan extraño suceso, vaya usted a saber si no era yo el causante de tan socarrona actitud.

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