En medio de Villamayor, en una calle protegida por docenas de lapachos rosados, se encuentra la Plaza San Cristóbal. En su juventud era el paraíso de los niños, sobre todo por  la fuente  escultórica “Los Vientos” que ofrecía divertidos  juegos de agua. Hoy, seca y ajada  acumula botellas vacías de gaseosas y cerveza, paquetes aplastados de Jockey, colillas y otros innombrables desechos coloreados. Los columpios, destartalados. El tobogán, con agujeros filosos. Los dos sube y baja, herrumbrados y en cuanto una brisa los roza, rechinan. Unos dicen que se quejan, otros que piden ayuda y los pocos que se conduelen, los contemplan largo rato como para consolarlos. El pasto, que en algún momento de su vida fue tierno, quemado por la dejadez.

Justo enfrente de ese cementerio de juegos y verdor, en una casona colonial de un azulado desteñido con ornamentos decorativos sobre la fachada que dan fe del status de la familia de aquel entonces, se alberga en sus dos pisos, la Policía Federal.

 

Al entrar por la ancha puerta tallada a mano, pero feamente descascarada, se percibe al fondo, un gran cartel rojo con letras blancas que alivia al ciudadano: Información.

Remedios: Por favor, ¿dónde está la oficina de pasaportes?

Primera empleada: En el pasillo de la derecha, al fondo. La última puerta. Al lado hay un distribuidor de números. Saque uno y espere a que la llamen. Tenga paciencia, hoy hay mucha gente.

Remedios: Gracias… ¡Elmira!, ¡tanto tiempo! ¿Qué haces aquí?

Elmira: ¡Remedios! Pues, vengo para tramitar el Documento Nacional de Identidad.

Remedios: Pero, ¿no lo tienes ya?

Elmira: Lo tenía, pero nos robaron toda la documentación.

Remedios: ¿Cómo que les robaron? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Elmira: ¡En la casa! Estoy un poco apurada porque tengo que ir a “Impresiones dactiloscópicas”. Te cuento enseguida.

Antes de alejarse más, gira apenas la cabeza y suelta:

― ¡Desapareció!

Remedios, sin poder reaccionar, emprendió su camino. Llegó a la oficina que le habían indicado, se deslizó entre los esperadores, sacó número y se sentó. Después de un rato:

Segunda empleada: ¡El 72!

Remedios: Aquí…Buenos días.

Segunda empleada: Buenas. Rellene estos papeles, y luego vaya al pasillo de la izquierda. Al lado del “Salón Castillo para los minusválidos”, ahí, los entrega.

Terminó de escribir. Llegó a la tal puerta, dio  tres golpecitos y al empujarla, la muy maldita, chilló sin respiro. Era tanto el susto y la vergüenza que apenas la entreabrió. Lo que le obligó a arduas contorsiones para su condición física y una vez en el interior, la cerró despaciosamente por miedo a que volviese a gemir. Lo que naturalmente ocurrió y para colmo con mayor sufrimiento.

―Buenos días. Soy Remedios Días Llorente y traigo los papeles para el pasaporte.

Tercer empleado: Día… Bien. Póngase entre las marcas del piso. El cuerpo hacia mí, gire un poco la cabeza y mire las cruces marcadas en la puerta. ¡No sonría!… ¡No parpadee! ¡Un momento! Bien… Listo. Ahora, firme aquí y espere afuera que ya le vamos a entregar todo.

Remedios: ¡Elmira! ¿Quién desapareció?

Elmira: El subir y bajar por este lóbrego laberinto, me enloquece. Hace una semana que estoy dando vueltas. Ahora me tocan las fotos.

Remedios: Aquí las sacan. Estoy esperando las mías. ¿Pero quién desapareció?

Elmira: ¡¡Ah!! ¡Sí! Nos robaron del armario del comedor. ¿Te acuerdas del armario? Ese de cedro que me regaló mi suegra, lleno de cajoncitos. Bueno, de allí sacaron los documentos míos, los de Conde y dinero que guardábamos. Estábamos en la terraza desayunando y Conde, ya sabes cómo es, oyó ruiditos en el comedor. Sabíamos que René y Marga ya se habían marchado. Así que, ahí nomás fue al garaje sacó el Beretta 92, y volvió  ¡Te imaginas mi estado de ánimo!

Tercer empleado: ¡Señora Días Llorente!..

Remedios: Después seguimos.

Tercer empleado: Aquí tiene las cuatro fotos. Vuelva a informaciones y allí, en la esquina opuesta, detrás de una larga mesa hay un empleado que se ocupa de eso.

Sobre la mesa hay dos grandes tijeras y pinceles dentro de un bote de pegamento. Por el suelo, un montón de restos de distintos tamaños de papeles blancos brillantes. Como no hay ningún parroquiano esperando, dos empleados sentados sobre viejas sillas de madera, discuten.

Empleado joven: Pienso lo mismo. Además, es linda…  y me gusta mucho. Qué quieres que te diga. La invité para ir al… ―se interrumpe bruscamente al ver al portero: ―Por favor Juan, ¿cuándo va a reparar la estufa que no calienta? Hace ya dos semanas… El frío aprieta… ¿Señora, en qué puedo servirle?

Remedios: Traigo los formularios y las fotos.

El joven toma  las fotos y de tres tijeretazos las separa y de otros trece corta los marcos blancos  restantes. Limpia de un manotazo una parte de la mesa, coloca los formularios y los hojea hasta encontrar la casilla adecuada, extrae el pincel de la goma, toma la foto entre dos dedos, le pasa una pincelada al reverso, la pega y le da un golpe con la mano abierta para fijarla definitivamente. Y así con las otras tres.

Empleado joven: Listo señora. Ahora puede ir a que le tomen las huellas dactilares. Suba al primer piso y a la izquierda,… la tercera puerta… No, disculpe, la segunda. Golpee nomás y entre. Al abrir la puerta, en la pared de enfrente verá el cartel: “Impresiones dac ti los có pi cas”. Si no hay nadie, espere un momento que ya la van a atender.

Cuando se dirige hacia allí, se entrecruza nuevamente con Elmira.

Elmira: Tiró 3 veces y uno gritó. Ahí nomás, llegó la policía. Eran dos y se fugaron llevándose documentos y dinero.

Remedios: Pero, ¿quién desapareció?

Elmira: ¿Sabes dónde está la puerta 20?

Remedios: Contesta de una vez, ¡caramba! ¿Quién desapareció?

Elmira: ¡Quién va a ser!… Me quedan tres minutos antes de que cierren. Chau.

Cuando Remedios llega a su destino, por fortuna, una empleada estaba presente.

Remedios: Buenos días. Vengo para las impresiones.

La empleada: ¿Para qué?

Remedios: ¡Para las impresiones dac ti los cópicas!

La empleada: La otra puerta.

Y allí va.

Remedios: Buenos días. Vengo para las impresiones.

Cuarto empleado: Hola. Los papeles, por favor. Gracias… La mano derecha…, separe los deditos que tengo que pintarlos con el rodillo. ¡Bien! El pulgar, por favor. Déjelo flojito que yo le ayudo a imprimir en la casilla. Bien, ahora el otro y el otro y… ¡Listo! La izquierda ahora. Espere un instante, necesito un poco más de tinta. Otra vez, separe bien los deditos y empezamos de nuevo por el pulgar… Creo que ya están bien pintados. El meñique no necesita tanta tinta. Ahora, otra vez el pulgar y lo apoyamos aquí… Muy bien. El siguiente… ¡Listo! Ahora puede ir a lavarse. El lavabo está negro, pero no se preocupe, no mancha. La jabonera expulsa solamente una miserable gota. Ahí tiene una piedra pómez y una hoja de papel para secarse. Lo siento, no tenemos agua caliente… Tiene que sacar dos fotocopias de cada formulario en la planta baja: pasillo de la derecha, segunda puerta. Es gratuito. Un empleado le va a ayudar. No se olvide que tiene que hacerlas autenticar por el Jefe de Servicio. Sigue por el mismo pasillo y entre el baño de damas y el de caballeros, verá una puerta doble. Hoy, está el jefe de turno y las firma en el acto.

Remedios: Muchas gracias. Buenos días.

Cuarto empleado: Adiós

Vuelve a la planta baja.

Elmira: ¡Remedios! ¡Ay! Estoy agotada. Tengo que ir ahora, a la oficina 24.

Remedios: ¡Pero no existe la 24!

Elmira: ¿Cómo que no hay oficina 24? Me lo dijeron en la 20.

Remedios: No, no hay.

Elmira: ¿Y el Área de Verificaciones para comprobar si los datos son correctos y sellar los documentos?

Remedios: La vi en la última puerta de aquel pasillo y no tiene número.

Elmira: Pero ya es hora de la pausa. Los empleados no vuelven hasta dentro de setenta minutos. Vamos al café de al lado y te cuento… ¿Te acuerdas del tío Avelino? El ebanista. ¿El que tenía su taller a unas cinco cuadras de casa?

Remedios: Claro, ¡cómo no! El del bargueño especial  con patas en nogal tallado. ¡Con aplicaciones de hueso y hierro forjado en los herrajes! Todo el mundo hablaba de ese mueble. ¡Y de sus cajoncitos! ¡Y de los Rodríguez Juárez!

Elmira: Exactamente. Los del caserón en medio de un estupendo parque. Sabías que apenas llegaron a Villamayor le encargaron el mueble al tío. Pero lo que ignoras, es que mientras el tío trabajaba, la esposa de Rodríguez Juárez daba vueltas por la carpintería. Hernán, el aprendiz, no la podía ni ver. Decía que era una arrogante, falsa, metida, además de bruja. Pues, la Señora Mercedes, que así la llamaba el tío después de una semana, se entusiasmó por la ebanistería. Empezó por querer conocer el nombre de todas las maderas, luego de las herramientas y como la vio tan interesada, le propuso marcar líneas sobre maderas con el gramil y la escuadra.  Hernán, se enfadó tanto que le dijo a su patrón que si no la echaba, él se marcharía. Era un excelente aprendiz y el tío podía contar siempre con él. Discutieron ferozmente y finalmente se marchó golpeando el portón. Con el tiempo, la Señora, ya manejaba con gran pericia la sierra: cortaba rombos, cuadrados, triángulos. Cada pequeña pieza para ella, era una aventura de paciencia y  exactitud. Nunca había tocado una herramienta ni trazado rayas ni cortado nada aparte de carne, papas y flores del jardín.  No olvides que se ocupaba solamente de los domésticos y de que nada faltase en el caserón.

El  camarero: Señoras, ¿qué les sirvo?

Remedios: Dos cortados, por favor. Y sí, era la perfecta ama de casa y dulce esposa del terrateniente don Rodríguez. Entre nosotras: diez años menor que ella, ¡cosa curiosa en su rango! ¿No te parece?

Elmira: El asunto es que, sin tardar dominó hábilmente: el martillo, la gubia, el buril y el formón. Hasta preparaba piezas de nácar, nogal y ébano para incrustarlos en los muebles.

Remedios: ¿Cómo sabes todo eso?

Elmira: El tío me lo relataba en secreto. Me confesó que era una bendición haber seducido para ese noble trabajo, como siempre repetía, a una talentosa pudiente además de agraciada morena de tez blanca. ¡No pensó en ningún momento en la intromisión femenina en ese oficio de hombres, ves!  “Sus manos largas, finas y cálidas auguraban muebles delicados”, aseguraba. Después de la tercera semana, trajo un delantal con grandes bolsillos y mangas ceñidas “para impedir accidentes” arguyó y lo suspendió a uno de los clavos de la pared. Ahí nomás pensé: “Esa tiene intenciones serias de incrustarse”. Agregó que le fascinaba el ébano por su dureza y fragilidad y como le despertaba especial ternura, lo trabajaba con suavidad, precaución. “En cuanto aprendió a barnizarlo y pulirlo, no paraba hasta liberar de la textura, su alma azabache”, me contó lleno de admiración.

Remedios: ¿No elaboraba Avelino ceras especiales combinando substancias raras y aceites para cada tipo de madera?

Elmira: Sí, pues. Por eso, las piezas ofrecen un tacto sedoso, ese brillo noble, satinado. Y ahí está la clave de su éxito.  ¡Secreto que nunca dio a conocer a la Juárez! ¡Afortunadamente! Espera, después de hacer cajones y enlaces, la buena señora, se puso a los herrajes y tiradores con la misma destreza.

Remedios: ¿Y el marido, aceptaba esas ausencias prolongadas?

Elmira: El pasaba los días en el prestigioso Jockey Club de la ciudad: haciendo negocios, jugando al ajedrez, leyendo periódicos, tomando café, aperitivos o almorzando. Creo que es un hombre bueno, comprensivo, tolerante. No tenían hijos, por lo tanto, ella disponía de sus horarios. Por otra parte, él ignoraba completamente las actividades de su esposa. Los muebles eran día a día más finos, mejor terminados. Llegó a diseñarlos y a seleccionar los tipos de madera que se utilizarían. Su talento deslumbraba. Sólo el tío conocía sus méritos, pero también sus ambiciones. Un atardecer se le soltó que era una aprovechadora y que hasta solía emplear tonos solapadamente amenazadores para con él.

Remedios: ¿Qué tiene que ver todo esto con el desaparecido?

Elmira: Una mañana, como de costumbre ya, ella llegó al taller, abrió el portón, y encontró en medio de un charco de sangre, un hombre tirado de boca al suelo. Gritó, se desesperó, corría de un lado para otro hasta que llegó la policía. Al darlo vuelta, comprueban que no es el patrón. Ahí, se serenó. El Comisario afirmó que ese hombre había muerto de dos tiros, pero ningún indicio aseguraba que fuera el resultado de un crimen in situ.

Las primeras preocupaciones de la autoridad se centraron sobre la ausencia del dueño del taller y la presencia a esas horas tempranas de la tal señora Mercedes Rodríguez Juárez. Mientras unos buscaban al tío, a pesar de no encontrar elementos dudosos que lo acusaran o que lo dieran por muerto, otro interrogaba a la Señora. Después de sus explicaciones, “admisibles, pero sin pruebas de su inocencia o culpabilidad”, comentó el comisario, empezaron a sospechar del marido. Especularon sobre los motivos tópicos: “En un momento de celos, confusión o temor a perder su prestigio, mató a ese hombre por simple equivocación”. Pero a esas horas, casualmente don Rodríguez Juárez desayunaba en el club con alguien. El personal lo afirmó, aunque los encuentros ocurren en salas individuales servidas por pasillos discretos justo antes de que lleguen los comensales y es  poco probable de que se entrecrucen. ¿Te acuerdas del pueblo Rama Caída, alejadísimo de Villamayor donde residen señorones?

Remedios: Claro, mujer.

Elmira: Ahí, vivía Don Luis, maestro talentoso también en la ebanistería, pero su iracundia espantaba. Con el tiempo, su clientela comenzó a disminuir marcadamente desde que el tío renovó con atrevimiento sus diseños y pulidos. Bueno, cuando los uniformados investigaban en el despacho del taller, encontraron una carta escrita por él, en la que amenazaba de severas represalias al tío si seguía atendiendo a clientes de su pueblo o de por las cercanías. Inmediatamente, la policía pensó que ya tenía al culpable y ahí nomás, tres se desplazaron.

Al llegar a Rama Caída,  nada más doblar por la primera calle de tierra, toparon con el  único bar a la redonda. Cerrado. “Los funerales para Don Luis se celebrarán el próximo sábado 8 en la Iglesia San Mateo a las 10 hs de la mañana”, anunciaba sobre la puerta el cartón colgado de una piolita. Y de eso, ya hacía unos cuantos días. La policía dio media vuelta.

A todo esto, Conde se enteró del drama, y sin tardar se acercó al taller. Reconoció sobre el difunto dos tiros del Beretta 92. Bufaba de sorpresa y cólera… ¡No lo hubieras reconocido!… ¡Huy!  Ya es tarde. Tengo que ir a Verificaciones.

Remedios: Pero, termina ya de una vez.

Elmira: Es que me queda muy poco tiempo. Luego sigo… Buenas. Aquí traigo mis papeles.

Empleada: Gracias. Un momentito… Todo está en orden. Tome. Continúe por este pasillo hasta aquella puerta verde. Empuje y al final de la escalera de madera está la oficina: “Pago de aranceles”. Ahí le entregan los documentos.

Al autenticar sus fotocopias, Remedios preguntó: ―Y ahora, ¿adónde voy para recoger el pasaporte?

Empleado: En la planta baja, a un lado de Informaciones hay un pequeño pasillo  que da a una puerta verde y la puerta a una escalera caracol. Suba y en la sala de espera hay una ventanilla.

Cuando Remedios llega, Elmira sentada, leía tranquilamente “Clarabella”.

Elmira: Ya he golpeado y están terminando de plastificarlo.

Remedios: Entonces hago lo mismo… ¿Y qué pasó después?

Elmira: Los investigadores obtuvieron el nombre y la dirección del abatido.

Remedios: ¿Y?

Elmira: Encontraron en su vivienda una carta arrugada llena de manchas  de vino. Lo único que pudieron descifrar es que alguien proponía una buena recompensa si lograban las fórmulas de los componentes de las ceras.

Remedios: ¿Y el autor?

Elmira: Imposible saberlo…

Empleada: ¿Señora Villalba Molina? Sus documentos.

Elmira: Gracias. Adiós…

Remedios: ¿Y el tío?

Elmira: Desapareció.

Remedios: ¿Cómo desapareció?

Elmira: ¡Desapareció! La pregunta es, ¿quién tenía interés en que el tío desapareciera? Ya sabes cómo es: pacífico, comprensivo, con mucho talento para la ebanistería, pero sin autoridad ni criterio para resolver simples situaciones adversas, al contrario, las complica.  La pesquisa de la policía reveló que los maleantes  decidieron primeramente ir a nuestra casa pensando que las fórmulas se encontraban allí.  No te olvides de que el tío tiene su dormitorio en el segundo piso de nuestra casa y que viene solamente cuando no se va de pesca o no se queda de juerga por ahí. Al no encontrarlas, robaron lo que se les presentaba. Y es ahí cuando Conde  aparece y tira. El herido desangrando se dirigió al taller para llevarse al viejo, supone la policía. Y ahí quedó.

Remedios: ¿Y ahora?

Elmira: Encontraron además una foto. ¿A qué no sabes de quién?

Remedios: ¡Dímelo ya!

Elmira: De don Luis de Rama Caída con los dos maleantes. ¡Sus sobrinos! ¡Ignorábamos que tuviera sobrinos!

Remedios: ¿Pero ellos no estaban al corriente de que don Luis ya había fallecido?

Elmira: Claro que lo estaban. En la casa había dos trajes negros, recién comprados y puestos. ¡Ah! Entre tanto, después de una larga persecución por Rama Caída, detuvieron al otro.

Remedios: ¿Y el tío y las fórmulas?

Elmira: Ya.  El detenido dio ciertos datos, y a pesar de que ninguna prueba concreta vinculaba a Hernán con el delito,  llegaron hasta él. A medida que lo interrogaban, el pobre se perdía en explicaciones disparatadas y su relato presentaba  cada vez más fisuras. Te voy a decir que Hernán es especialmente miedoso, lo que confunde fácilmente a cualquiera. La historia es que, esa mañana, él estaba con Rodríguez  en el Jockey relatándole  lo de la ebanistería y su esposa para liberarse de ella. Contó luego, que a medida que avanzaba en las explicaciones, el marido cambiaba de color de piel, fruncía el ceño malamente, y gotitas transparentes florecían sobre su frente. Sin tolerar más detalles, le prometió solucionar inmediatamente los desmanes de su esposa.

Después de la confesión de Hernán, el comisario creyó haber encontrado el  móvil e inspirador del crimen a pesar de la coartada. En el acto dio la orden de detención. Al allanar el domicilio de los Rodríguez, la policía empezó a buscar pruebas que confirmaran su culpabilidad. Pasando al segundo patio del interior, en un cuarto abandonado, encontró desparramado sobre una mesa de jacarandá macizo, diseños de muebles del tío con anotaciones que se proyectaban en todas direcciones. Mientras tanto en la cocina, la Señora, como si nada, seguía dando consejos a sus domésticos para el almuerzo festivo del día siguiente.

Remedios: ¿Aprehendieron al “encantador terrateniente” y a la” bella morena”?

Elmira: Así es, y a Conde también.

Remedios: ¿A Conde? ¡Pero si Conde y tú son víctimas!

 Elmira: El Comisario estaba un poco contrariado por esas susodichas pruebas contundentes. Algo le molestaba. Algo faltaba o sobraba. Todo era demasiado complicado y simple al mismo tiempo. Decidió entonces, que a partir de ese momento se movería no solamente por pruebas sino también por instinto. Para comenzar, pidió que analizaran nuevamente los documentos, pero esta vez con más minuciosidad. Y se dio unos días de reflexión. ¡Te cuento, lo que él mismo me aclaró!

Al caer la tarde del séptimo día, los efectivos que habían salido a buscar al tío, vuelven con él. Lo encontraron alejadísimo del pueblo, en el tercer recodo del río Manso, pescando y acampando tranquilamente. De un lado tenía una fogata lista para recibir a los dos trofeos yacientes de la canasta y del otro, dos cañas de pescar inclinadas cuyas líneas esperaban a sus víctimas. En el mismo momento, el Comisario recibió los resultados de los expertos e inmediatamente ordenó  la confrontación de los cuatro presos con los  dos sueltos. Fueron momentos de confusión, contradicciones, recuerdos precisos, a veces, acusaciones vehementes, gritos, desplazamientos furiosos y severos llamados de atención del funcionario. Antes de que despuntara el sol, el Comisario Javier Benítez, de gran experiencia, les anunció con voz segura y cadencia lenta que ni la carta escrita por don Luis ni la enviada a los maleantes habían sido redactadas por ése sino por alguien que los conocía muy bien. Además, que los diseños encontrados en la casa de los Rodríguez Juárez fueron depositados por una persona que urgida por el tiempo, dejó claras impresiones digitales. “Concluyendo ―anunció severamente―: El autor de las cartas, de su distribución y del depósito de los diseños, es el mismo delincuente”. Parece que agregó: “Alguien estorbaba y el maleante se propuso desembarazarse de esa persona empleando medios torpes, simples, incomprensibles. Lo interesante del caso, es que estaba al tanto de la muerte repentina de don Luis ya que fue a ver a los sobrinos, pero no previó que estos se dirigieran primeramente a la casa de Conde, de que hubiesen tiros, un fugitivo, un muerto y por ende un criminal. Hasta prueba de lo contrario, por cierto”.

Después de los largos sermones del comisario, le gustaba dar lecciones de comportamiento y moralidad, Rodríguez Juárez y Mercedes Molino de Rodríguez Juárez fueron liberados por ser inocentes. El sobrino quedará encarcelado por robo. Conde, después del juicio, creemos que saldrá. Hernán, sin culpas, vuelve al taller, pero el único que permanecerá allí: el tío y por unos cuantos años.

Remedios: ¿El tío?

Elmira: Sí, el tío. Con una mirada desolada, que me costó resistir, me confesó que estaba aliviado de liberarse de esa fémina y ahí nomás se lo llevaron. Entre nosotras: con toda seguridad que esa bruja premeditó todo.

Empleada: ¿Señora Remedios Días Llorente? Su pasaporte.

Remedios: Muchas gracias. Salgamos de aquí.