Tampoco se debe reivindicar a Lucía Sánchez Saornil[1], obrerilla de telefónica que no se codeó más que con sus iguales, que ocultaba sus veleidades literarias con el seudónimo de Luciano de San-Saor y cuando los escritores salían a mostrar su extravagancia por la noche madrileña ella se iba a acostar para poder fichar a su...