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Por Raquel Sánchez Jiménez

Estoy intentando hablar de la realidad -no es más que otro pacto con lo absurdo, una ficción perpetrada con alevosía para no hacernos preguntas, ni las necesarias, ni las imprescindibles, ninguna (p. 62). Carlos de la Fé es, sin duda, otra de esas personas que no pueden parar de hacer(se) preguntas, lo que probablemente haya tenido que ver con su entrega al maldito vicio que reza el título de su última obra. Tanto es así que, de todos los vicios que podía haber adoptado, se decantó por el que más preguntas suscita a sus víctimas; aquel que, al designar las cosas, se convierte en artífice de las mismas y las reproduce con los mismos interrogantes que se encuentran en nuestra mente. En efecto, Carlos de la Fé es, como tantísimos otros autores y lectores, un adicto a las palabras. Escogió este vicio porque ciertamente no existe otra opción para estas personas, anhelantes de realidad, de términos, de respuestas. Desde una perspectiva que entiende la realidad como parte de la ficción y viceversa, este autor se introduce en los recovecos de la creación literaria mostrándonos hasta qué punto nuestra forma de comprender ambas -realidad y ficción- no responde sino a los mismos esquemas arbitrarios. Constituye este un ambicioso objetivo para el que son necesarias unas dotes técnicas que no le faltan a Carlos de la Fé, quien demuestra una gran maestría a la hora de jugar con el lector y con las convenciones propias de lo ficcional. Maldito vicio es ante todo una obra de metaliteratura acerca del escritor y su labor. Con un tono desbordante de ironía, nos habla acerca de la literatura en su consideración más práctica; esto es, a la hora de escribir. ¿Cómo trabaja el autor? ¿Qué pasa en su mente cuando se enfrasca en la construcción de un poema, una novela, un relato o, como en este caso, un microcuento? Carlos de la Fé llena su obra de guiños a los propios escritores, quienes indudablemente son susceptibles de verse identificados en las numerosas situaciones que sus textos presentan. Nos invita -incluso en muchos casos nos desafía- a ponernos en el lugar del autor, tanto en su sentido más literal como en el más puramente teórico que entiende dicho término como el personaje retórico, ficcional en sí, que narra la historia de la que él mismo, de modo más o menos directo, forma parte. Son numerosos los autores y las reseñas que se refieren a Maldito vicio con la expresión “ironización del acto de leer”. Sin embargo, a tenor de lo dicho hasta ahora cabe cuestionarse si esta ironización no está más bien dirigida al acto de escribir. El autor, con la familiaridad propia de quien lleva toda la vida en constante compañía de la labor con la palabra, se refiere a ella con una acidez que no oculta sin embargo la gran pasión que en él suscita. ¿Por qué se dice entonces que Carlos de la Fé ironiza acerca del acto de leer? La respuesta estriba en la consideración que el autor tiene del proceso de lectura, que para él no es sino la otra cara de la labor de escribir. No nos referimos con ello únicamente al autor que, mientras trabaja, tiene en mente a uno o varios lectores ideales: lectura y escritura se dan la mano en el mero hecho de quien escribe, está en una constante lectura de textos, tanto propios como ajenos, de sí mismo en última instancia. Del mismo modo, quien lee en cierta manera también escribe; si no de forma directa, sí en el propio proceso de lectura, por el cual reproduce en su mente aquello que lee impregnado siempre de su propia subjetividad. De sus propias preguntas, en definitiva. Más allá de la cuestión de la ficcionalidad, pero sin abandonar el juego con la misma, Carlos de la Fé sitúa al lector ante los mismos problemas que el escritor se encuentra en el blanco del papel. Nada escapa a su ironía sin límites: desde la falta de ideas o de originalidad hasta lo dificultoso de hacerse un hueco en el panorama literario, pasando por el abuso de los lugares comunes o la complejidad de elección de términos para una obra, el autor desgrana uno a uno con frescura y originalidad cada uno de los “posibles efectos adversos” de este maldito vicio. Asimismo, este libro aborda otros aspectos, siempre bajo la óptica que acabamos de comentar:  nos presenta la tecnología como una parte de la vida en general y de la vida del escritor en particular, visión a la que en ocasiones añade una óptica negativa señalando y ridiculizando nuestra dependencia de la misma y el peligroso antisentimiento al que podemos vernos abocados en consecuencia. No podemos olvidarnos, además, de las referencias a otros autores de la talla de Edgar Allan Poe o Walt Whitman y, en lo que respecta a la literatura española, a Cervantes, Ramón J. Sender y especialmente a Leopoldo María Panero, entre otros muchos. La intertextualidad cobra así una gran importancia a la hora de recordarnos cuán intrínsecos son a nosotros los interrogantes y la necesidad a veces acuciante de sumergirnos en otros mundos donde éstos no sean una sombra constante, e incluso de hacer del nuestro propio uno de esos mundos. En definitiva, Maldito vicio es literatura que surge de la propia literatura; una puesta en escena de todos los mecanismos que intervienen en lo ficcional, esencia de lo literario, para transformarlos en el objeto de la propia narración como forma de responder a algunos de los miles de interrogantes que sufren todos los adictos a las palabras.