El emocionante encuentro con Escandar Algeet, Carlos Salem y Diego Ojeda del pasado jueves en ‘El desierto rojo’ fue un gran éxito poético y de asistencia

‘Co-razones’, que diría el palentino del trío de aedos urbanos que se dieron cita a eso de las siete y media el pasado día tres, tenían de sobra los numerosos asistentes para vibrar con el recital poético que presenciaron en ‘El desierto rojo’. Razones tampoco faltaron para la emoción más intensa; a veces, y en caso justificados, también para las lágrimas más sinceras. El juvenil e imberbe público tuvo la ocasión de aproximarse algo más de lo habitual a aquello que hoy se denomina poeta de la mano de Escandar Algeet, Carlos Salem y Diego Ojeda.

Carlos Salem // Foto: Jesús Zalama

Carlos Salem // Foto: Jesús Zalama

Este último, primero en hablar, camufló su acento canario entre los acordes de su guitarra para el deleite de los que allí presenciaron la actuación. Más difícil le fue esconder su ascendencia cuando recitaba, de forma valentonada, su último libro de poemas ‘Mi chica revolucionaria’, que ‘A pesar de los aviones’, su anterior trabajo, parece que ha sabido encontrar, o, al menos, plasmar en forma de verso.

Escandar Algeet, el del sombrero que diría alguno, con un tono más intimista y sentimental, y, ciertamente, alejado de la textura erótica a la que nos tiene acostumbrado, se decantó por tocar fibras muy sensibles para cualquiera: la madre y el desamor. Con respecto a la primera, su poema ‘Castaña’, homenaje a su madre luchadora, fue un fiel reflejo de la visión que el palentino tiene de las mujeres. Tan unívoca e inequívoca como el afán de estas por sacar adelante a sus hijos.

El pibe Carlos Salem, el del pañuelo que dirían otros, puso la nota humorística con sus comentarios entre poema y poema, pero, sin embargo, también fue quien destiló mayor derroche poético en sí con varios poemas de su libro ‘Follamantes’, el cual sigue la línea de su anterior trabajo ‘El animal’. La mujer, el orgasmo, el sexo… pero, sobre todo, el amor, el cual ha llamado a la puerta de este poeta argentino según indicaban sus propias palabras.

Como añadido, la nota reivindicativa no faltó, y que no falte. Algeet, Salem y Ojeda no quisieron desperdiciar la ocasión para indicar que pese a las prohibiciones culturales, como las que sufre el local donde se emplazaban o tantos otros en la ciudad, el sentimiento no se prohíbe. Como apoteosis final, Diego Ojeda, guitarra en mano y subido, cual funambulista, encima de la barra alzó la voz para cantar una de sus composiciones mientras en el público, el éxtasis y la catarsis hacían florecer las más sentidas lágrimas.