1 El insigne Caparrota III

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al final, los autores que trascienden a su época suelen ser elegidos por motivos espurios; terminamos sabiendo más de sus juegos sexuales, su afinidades ideológicas o sus calamidades personales que de su obra. En esta categoría caben desde Cervantes a Leopoldo María Panero, unidos por el desprecio oficial a la cultura y la glorificación de los héroes caudillos. El reduccionismo dogmático que nombraba al principio; la táctica consiste en elegir un Pope del género y reducir a los demás a la categoría de continuadores, de segundones, sin analizar los matices y contextos socioculturales en los que se produce su literatura. Felipe Trigo[1] es considerado el iniciador de la literatura erótica, por lo tanto, los continuadores son unos segundones con reminiscencias de decadentismo, Hoyos y Vinent[2], pornógrafos, como Belda[3] o cupletistas con pretensiones, en el caso de Álvaro Retana[4]. Todos los autores de la generación de El Cuento Semanal, son más o menos desprestigiados, se les enreda en unas inquinas intelectualoides que no se corresponden al ambiente literario de  principios del siglo XX, en el que Felipe Trigo, premiaba en 1908, como jurado del concurso literario convocado por El Cuento Semanal, a Gabriel Miró[5].

Han tenido que pasar cien años para empezar a remover El légamo de la tragedia[6] en el  que quedaron absurdamente enterrados estos autores. Un silencio y olvido, que corresponde, como muchas de las famas, a motivos extraliterarios. Debemos situarnos en un país apenas industrializado, al que le importaba un bledo Cuba, que lo único que sabían del Rif es que ellos ponían los muertos y que la amenaza separatista en un Estado desestructurado y con pésimas comunicaciones eran extravagancias de ricos. Lo que triunfaba en los quioscos eran las novelas sicalípticas, neologismo de difícil paternidad; las versiones más conocidas hacen referencia a cuando Sopena le encarga a Félix Limedoux[7] la publicidad de un nuevo semanario erótico y este lo calificó de apocalíptico para publicitarlo, aunque una confusión tipográfica hizo que el anuncio en el diario El Liberal de Madrid correspondiente al 25 de abril de 1902, saliese en la publicidad que promocionaba Las Mujeres Galantes como: “Esta publicación es altamente sicalíptica”, según la versión de Martínez Olmedilla[8]. Otra versión atribuye el término a Gómez de la Serna[9] (Se barajan los nombres de otros intelectuales con el ingenio lo suficientemente agudo) que lo acuñaría tras una borrachera en su tertulia utilizando la erudita unión de los términos griegos Sykon (vulva) y aleiptikós (excitante), que hábilmente combinados se tradujo de una forma castiza como frotar el higo. La pornografía se convirtió en la enfermedad de las ciudades españolas más populosas, mientras en las zonas rurales los panfletistas contra la pornografía seguían manteniendo queridas, visitando prostíbulos y gozando de esos vicios nefandos que les indignaban en público. Existe una amplia literatura sobre las medidas que surgieron entre mo1 El libro Popular IIIralista, políticos y escritores para combatir ese mal patrio; cuando la solución era la más sencilla, la literatura sicalíptica entretenía y conseguía que los lectores se identificasen con las peripecias de sus protagonistas, mientras que las sesudas y atormentadas reflexiones sobre el destino y trascendencia de España aburrían hasta a las ovejas.

Y es por este eslabón donde empieza a deshacerse la inquebrantable unidad tan querida a los totalitarios. La novela de quiosco no consistía únicamente en un regüeldo de obscenidades o, en palabras de Colombine[10], en desnudar mujeres, porque no saben verles el alma[11], refleja una sociedad que ha dejado de creer en su excepcionalidad y descubre que no está investida para ninguna misión divina. El campo de actuación de esta nueva literatura no fue exclusivamente erótico, con una proverbial falta de reflejos los partidos político tardaron diez años en comprender el alcance del fenómeno, pero empezaron a difundir sus propuestas revolucionarias en quiosco, en formato novela; las religiones de nuevo cuño, teosóficas, con Roso de Luna[12] a la cabeza, extendieron sus doctrinas “secretas”, en novelas populares; durante un tiempo la moda fue el espiritismo, como bien reflejan las obras de autores tan reaccionarios tras la guerra como Emilio Carrere[13].

 

 

[1]Felipe Trigo Sánchez (1864-1916), Militar, médico y novelista… Imposible separar cada una de sus facetas de la otra. Como médico se incorporó al ejército y con sus heridas en acción, por las que fue dado por muerto, adquirió una conciencia social que se refleja en su literatura. Fue uno de los pocos autores que podía vivir exclusivamente de los derechos de autor que generaban sus libros. Se suicida en el momento álgido de su carrera.

[2]Antonio de Hoyos y Vinent (1884-1940), marqués, sordo, homosexual y novelista. Decadentista a su manera, cosmopolita o anarquista… O una rara mezcla de ambas. Personaje fascinante.

[3]Joaquín Belda Carreras (1883-1935), periodista y novelista, llevó la sicalipsis a sus últimas consecuencias, no tenía complejos ni vanidades intelectuales, defendía su literatura directa y popular ampliamente aceptada por ese público no trascendente.

[4]Álvaro Retana Ramírez de Arellano (1890-1970), el novelista más guapo del mundo (según él y una biógrafa de la que nadie es capaz de encontrar referencias), autor de algunos de los cuplés más conocidos, novelista y escenógrafo. Quizás su vida, sobre la que ficcionó más que en su literatura, sea más apasionante que sus obras.

[5]Gabriel Francisco Víctor Miró Ferrer (1879-1930), su formación católica y tradicionalista le convirtieron en un hombre introvertido, tendente a la melancolía. Su obra se caracteriza por los ambientes líricos e íntimos en las que se expresan sentimientos en vez de sucesos. La novela premiada en este concurso fue Nómada.

[6]El légamo de la tragedia, novela de  Artemio Precioso que abre la lista de procesos contra el autor y editor de La Novela de Hoy.

[7]Félix Limedoux (1870-1928), escritor conocido principalmente por sus obras de teatro menor y zarzuela, fue durante algún tiempo el redactor jefe de “El Liberal” de Barcelona.

[8]Augusto Martínez Olmedilla (1880-1965), autor fecundo en la línea del naturalismo. Colaboró con todas las colecciones de novela popular e incluso dirigió alguna.

[9] Ramón Gómez de la Serna Puig (1888-1963), gran divulgador de las vanguardias europeas e inventor de géneros literarios como las greguerías y los trampantojos.

[10] Carmen de Burgos y Seguí (1867-1932), la primera mujer profesional del periodismo en España, feminista, socialista y divulgadora de las condiciones de injusticia en que vivían las clases populares.

[11] Las mujeres y la literatura; Carmen de Burgos “Colombine”

[12] Mario Roso de Luna (1872-1931), teósofo y ateneísta, personaje arquetípico de principios del XX, une cultura oficial, terminó derecho, con la experimentación de nuevas ideas. Introdujo la Teosofía en España.

[13] Emilio Carrere Moreno (1881-1947), uno de los muchos falsos bohemios que pululaban por Madrid, poeta, escritor y funcionario a tiempo parcial, sablista y estafador a tiempo completo. Personaje imprescindible para entender el ambiente literarios de principios de siglo.