El suicidio del príncipe ArielLA CAZA DEL JABALÍ

¿No se habrá hecho una virtud —como piensa Nietzsche— de la incapacidad para la resistencia?[1]

 

Al igual que en las ciencias hace tiempo se dejaron de buscar leyes universales para centrarse en los hechos, en las disciplinas que estudian el comportamiento social, desde la traumática experiencia de los totalitarismos de los años treinta, se buscan regularidad en el comportamiento sin elevar estos, por muy repetidos y asentados que estén, a verdades absolutas. Algo de lo que, utilizando el peculiar lenguaje del populismo, nos liberamos en estas tierras elegidas por alguna divinidad sangrienta para sus experimentos más delirantes. La unidad siempre es la respuesta pero… ¿Qué pasaría si en vez de un pueblo elegido únicamente fuésemos producto de nuestros errores?

La Wiener Kreis[2], corriente filosófica que toma forma tras la Gran Guerra, con su positivismo lógico, nos viene a decir que: las únicas proposiciones significativas son las empíricas o que las no lo sean (proposiciones moleculares) se puedan descomponer en otras más sencillas y verificables, las atómicas. Algo que limita excesivamente a los que, poseídos de ese falso nerviosismo que les hace romper todo a su paso, prefieren inventarse una verdad sin tener ninguna intención de sujetar la ocurrencia a ningún lado. El caudillo peninsular, siempre con ansia de ser único y original, decide por el contrario que la lógica no sirve para nada y se pone a venerar una serie de apriorismos que condicionan cada paso que inevitablemente se da hacia el abismo. Un proceso de reificación autóctono en el que el español deja de ser ciudadano para formar parte de un absoluto llamado “España”, donde el pasado, ese que no podemos modificar, se inserta en nuestra realidad al ser interpretado con parámetros que no existían en el momento que se produjeron los acontecimientos; lo vivido se adapta a nuestras necesidades, inevitablemente… Lo que debemos saber es si aprendemos de la experiencia o la transformamos para que nuestras profecías espurias se cumplan. La primera opción nos obliga a identificar las proposiciones lógicas y aprender de ellas, utilizar lo hecho como plataforma para construir nuevas formas de convivencia más evolucionadas… aunque lo más común es agarrarse a un simpleza excesiva y profundamente destructiva para intentar imponerse a los demás.

Los que están dispuestos a morir “por” nunca lo aceptarán, pero España no es más que un conjunto de pueblos que llegaron tarde al concepto Nación, nacido entre las hogueras producidas al calor de las revoluciones liberales, y que nunca se preocuparon en construir un Estado, ocupado como estaban lamiéndose las heridas infligidas en el 98. Un trauma que aún no hemos superado, infectados por los ungüentos que pusimos para gangrenar la necesaria amputación de las colonias que lastraban cualquier posibilidad de modernidad. Con la pérdida de un puñado de islas en el Caribe y el Pacífico desaparece la identidad de un pueblo que se había desangrado, durante todo el siglo XIX, en unas guerras de marcado carácter teocrático; y, en aquel momento clave, a nadie se le ocurrió que era el momento de sentarse a hablar para buscar un modelo de convivencia, prefirieron inventarse un pasado y agarrarse a una solución mágica… La Unidad.

El mantra de todo pensamiento totalitario, reducir a uno… Una verdad dirigida por Un Líder que representa al Dios Único; el respeto a la diversidad es una cobardía que lleva al caos, la lógica una traición. Todo español tiene que estar dispuesto a morir, siguiendo el ejemplo de Cristo, para defender la Unidad. Es fácil ser considerado un radical en estas circunstancias, donde únicamente es aceptado el libre albedrío que reduce la vida a la verdad, el bien y el mal. Todo lo que no sea la esquina del triángulo que nos acerca a las evidencias reveladas por el taumaturgo de turno nos sitúa como enemigos; llámese la religión cristianismo, comunismo o liberalismo, todo el que no es como yo, no tiene derecho a ser. Y cada doctrina se empeña en tener sus exaltados defensores dispuestos a inmolarse por los demás, como el protagonista de esa leyenda criminal con la que ninguno se atreve a romper, justificación filosófica de los panteones de muerte. Todo creyente debe estar dispuesto al martirio para que el líder viva a expensas de su rebaño, un mundo perfecto en el que una persona con pocas ideas, defendidas con cabezonería, se acerca a la mitología creada para que los súbditos no caigan en la tentación de convertirse en ciudadanos y busquen un destino fuera de los trillados caminos de los absolutos. Se puede permitir exabruptos y salidas de guion a personajes tan patéticos como Joaquín Pérez Madrigal[3], adicto al radicalismo que fue picoteando de todos los excesos de la época hasta que en 1936 los militares golpistas le dieron el espacio y la financiación que su vanidad necesitaba. Epígono del populismo Nacional-católico, que olvidando su pasado Masón y socialista, desplazó de las querencias oficiales a verdaderos conservadores monárquicos como su tía, Sofía Casanova[4], que nunca renunció a su ideología ni cayó en las veleidades panfletistas que el nuevo régimen exigía a los suyos.

Pérez Madrigal supo volver a la verdad, una excepción entre el grupo de diputados que entró en el Congreso en 1931 dispuestos a cambiar España desde sus raíces sin ser conscientes que abatir jabalíes, de la manera más sangrienta posible, es el deporte nacional por excelencia; una cruel actividad ajena a la cinegética que mantiene la sagrada unidad y espanta los fantasmas de la inteligencia que tanto aterran a los patriotas. Una montería que empieza por la difamación y la burla, continúa con la redacción de leyes ingeniosas y, hasta que los concordatos establecieron la superioridad de la iglesia católica, solía terminar en fosas comunes o cunetas. Los jabalíes, a principios del siglo XX, embistieron contra los cimientos de esta “Isla del Sol” que brillaba entre las tinieblas del liberalismo; uno de tantos esfuerzos inútiles que se toleró hasta que España fue liberada de la dignidad y la lógica por clérigos y chusqueros que habían conseguido sus galones en la inepta aventura marroquí. Se abrió un paréntesis en el que en España todo permanecía unido y vivíamos en la felicidad que se encuentra al humillarse ante tallas de madera y bustos de ese caudillo que mantenía a la patria a salvo de ideas disolventes; mientras, las leyes liberadas de la filosofía del derecho, garantizaban las amarras con las que se anudaba el ideal. Es plena evidencia que la opinión siempre lleva a la herejía; un error que la Nación, vinculada a la idea de unicidad, no permitió cuando se otorgó la carta con la nueva fe a los súbditos en 1976. La gran revelación, que venía a actualizar la sumisión ante el rey y ante Dios, cerró cualquier posibilidad de acceso a payasos y tenores que pudiesen terminar como aquellos animales que pudieron haber acabado con la Nación, convirtiéndola en un vulgar y aburrido Estado. La normalidad se ha impuesto a las trampas hetero-patriarcales de la inteligencia en un Congreso donde el corifeo constitucionalista, con sus ocurrencias, desata la euforia de la bancada que vive de la sopa boba; a los que únicamente se les pide aplaudir acríticamente las intervenciones de su líder. Un reino que se dice ingobernable y se echa a temblar y lloriquear cuando alguien se atreve a decirles que no son ni únicos ni superiores, momento en que los niños esclavos del sudeste asiático tienen que trabajar hasta la extenuación para que cada víctima tenga su osito de peluche para consolarse. Asustadizos vasallos que miran hacia otro lado cuando se trata de recuperar la memoria de los que pensaron en un espacio en que cupiésemos todos y sacan todo su repertorio de aspavientos ante las necedades del nuevo mesías que proclama que el actual hombre milagro no garantiza suficientemente la unidad y se postula para garantizarla él, verdadero enviado de los cielos… Esos que promete asaltar.

Pero dejemos a estos personajillos con su juego de tronos para volver la vista hacia aquellos que han querido borrar de nuestra memoria y que sí trabajaron por un mundo mejor. El jabalí, una voz árabe que hemos castellanizado; una cultura que nos ha dejado un puñado de palabras que lastran el idioma de don Pelayo, que con su sensualismo meridional ha provocado el atraso con respecto a Europa… La diferencia nunca debe ser considerada como una riqueza. Pero ¿qué otra luz nos ha dado que pueda guiarnos en las sombras? ¿La fe? ¿Qué cosa es la fe? Cada hombre cree en lo que quiere, y todos discrepan acerca de lo que debe ser creído. No me parece que la fe instintiva sea un áncora más firme que la razón.[5] El objetivo sería pensar el presente desde la experiencia que nos legaron, intentando evitar repetir los horrores de las grandes verdades, construyendo (risible infantilismo) un discurso donde se vaya descargando el odio y se vaya implementando un respeto multidireccional (nada que ver con los que piden respeto, es decir, silencio, para que su evangelización en la verdad no tenga oposición). Ninguna idea fruto de la razón y sujeta a permanente elaboración teme enfrentarse a otras ideas, por muy diferentes que sean, al tener un symploké de argumentos que amortigüe cualquier traspié. A principios del siglo XX, tras ochenta años de quemas y crímenes que sustituyeron a los delirios criminales del absolutismo, nos encontramos ante una generación que no quiere aceptar pasivamente la demencial herencia de prelados, innobles titulados o pícaros iletrados, para mirar a las calles y ver que los tipos que caminaban famélicos no se parecían en nada al ideal que les habían vendido. Hoy, que hemos vuelto a la decimonónica cortesía en la que el ingenio nunca debe rebasar la insignificancia de la conversación mundana, es difícil comprender a aquellos tipos que dejaron de mirar al cielo buscando destinos universales y con sus problemas triviales hicieron tambalear el absurdo artefacto creado para montar un liberalismo sin molestar a la iglesia; pero es que hace un centenar de años había un cierto respeto por la inteligencia y un elegante rechazo hacia ese falso nerviosismo que suele preceder a las barbaridades. Descerebrados los hay en todos los lugares y en todas la épocas; el problema es el lugar que ocupan en la sociedad, que símbolo sirve de referencia, que filosofía respalda ese inconsciente colectivo que por comodidad respetamos. Al igual que hay pueblos que gritan, otros veneran el silencio; hay culturas que ven en la laboriosidad y el comercio su destino, mientras que en otros lugares se ensalza la ociosidad y la picaresca; los gobiernos más avanzados lo son porque han invertido en cultura y premian la sabiduría, los más atrasados empujan a pasiones atávicas y viscerales a sus súbditos para que no les molesten en el latrocinio. Deberíamos pensar en la situación en la que quedamos, siendo el lugar en el que cualquier acción es cortada con un: “¡Dónde vas motivao!” (Siempre gritando, siempre riéndose del que ha querido salir de la mediocridad), donde cualquier razonamiento es atajado con un chulesco: “¡Esa será tu opinión!”; un verdadero español, esos a los que no se les caen los cojones de la boca, impone, nunca razona (Ponte a explicarle que la hipertrofia del escroto es uno de los muchos síntomas de una mutación genética, el “síndrome del X frágil”, principal causa de retraso mental en el mundo). La respuesta más fácil es asegurarles que no, que en realidad es la opinión de una pescadera del mercado, pero que no podía venir y te ha pedido que lo sueltes de vez en cuando; la verdad es incompatible con la ironía y, lo más normal, es que su deseos de martirio terminen convirtiéndose en insultos y torpes manoteos con los que ahuyentar los fantasmas de la imaginación.

El ingenio creativo, ese que tanto asustas a los legionarios de la única verdad, se desbordó a comienzos del siglo XX, haciendo tambalear las frágiles estructuras surgidas del fracaso de la I República; una traición en la tierra irredenta que lamía las heridas infligidas por la industria del acero estadounidense a la raza que fiaba a la genética, en vez de a la inversión, su destino. Personas de distinta extracción social, de distinto nivel cultural, decidieron elaborar con sus experiencias un discurso, en vez de aceptar pasivamente el oficial. Balbontín[6], en su novela social “El suicidio del príncipe Ariel”, situada en una mítica Isla del Sol, miméticamente parecida a la España que se enfangó en el Rif en una guerra insensata, comienza su historia con una cacería que al protagonista le parece una costumbre absurda. Una tradición para demostrar la hombría que la dinastía ante los súbditos que suelen ver audacia en la irresponsabilidad y sacrificio en las inútiles inmolaciones, en las que recrean, en su ignorancia, la imaginería escatológica en las que fueron educados. El diputado, adscrito al grupo no oficial de Los Jabalíes[7], parodia la situación que sufren en el congreso todos aquellos que tenían la peregrina idea de una España que respetase la diversidad, en vez de imponer la unidad en la necedad. En este momento, en que se puede llegar a considerar delito todo aquello que no esté reducido al Uno o, cuando menos, un exaltado cretino te dirá que has traicionado a los muertos, es impensable escuchar en los órganos representativos algo parecido a la filosofía del derecho; pero hubo un momento en que pudimos equipararnos a las democracias más avanzadas, esas en las que se considera que la unidad forzada es el germen del odio, al no tolerar la diferencia. En una democracia (aquí sería autodenominada, como todo lo que no es parte del Uno), todo el mundo es diferente y se comprometen a cumplir unas normas, basadas en el respeto, que les confieren unos derechos; los espacios comunes son espacios de respeto y los particulares de pasiones… Qué no se sacan a la calle, con esa mentalidad de confesionario en la que el súbdito se tiene que humillar ante Dios y ante los hombres para que todos vean que no se tiene individualidad, que no se ha elegido un camino propio.

Para comprender a estas bestias, que llegaron embistiendo a las instituciones de la monarquía, debemos entender las circunstancias históricas; un momento en que los pecados de varios años de incuria, de inmoralidades, de abandonos punibles, de injusticias, iban a ser purgados acaso por los más inocentes, por los pobres muchachos que fueron sacados de la aldea y del hogar para servir a su Patria, pero no para ser inmolados a las falacias de una organización militar en que todo era de percalina y de simulacro y que no pudo resistir al primer ataque serio que desde la ocupación del año 1909 había experimentado.[8]El hermano del calificador, Eduardo[9], como periodista, relató el desastre que despertó la conciencia de un pueblo que aún vivía fascinado por los oropeles de los borbones y aterrado por las amenazas del clero. Lejos de ser un peligroso revolucionario disolvente podemos leer las reflexiones de alguien que se lamenta por el destino de su patria; un hombre que fue al frente nada más conocerse el desastre, que vivió en primera línea las vicisitudes de aquellos que habían sobrevivido y se intentaban rehacer… Que creía que tenemos derecho a la efectiva superioridad que un pueblo moderno debe alcanzar, con relativamente pequeño esfuerzo, frente a unas tribus todo lo aguerridas que se quiera; pero bárbaras y desasistidas de las ventajas de la civilización europea, desconocedoras y hasta ahora inaptas para dominar las máquinas que han inventado en Europa el genio destructor de la guerra.[10]Una posición que no dejaba de ser parte del lamento por un desastre que desbarató lo poco que quedaba del ideal supremo que cada español tenía que imponer con la cruz y la espada. Tras la pérdida de las colonias, España decidió inventarse su pasado, amarrarse al cadáver de un imperio y despreciar el liberalismo que conformaba los Estados europeos. La larga guerra civil que ocupó todo el siglo XIX se había zanjado con clérigos y caciques desbaratando cualquier posibilidad de regenerar el país y, cuando alguien quería tocarles sus privilegios, se ponían a voznar como gansos.

En el mismo grupo de jabalíes incluyeron a Ramón Franco[11], Héroe de la aviación y activista contra toda forma de autoritarismo y corrupción que nos hace una deprimente descripción de la España imperial que su hermano Francisco quiso resucitar. En la portada de su libro “Águilas y garras” vemos una mano estrujando un avión. Magnífica ilustración de Puyol[12] que representa al gobierno destrozando cualquier intento de una acción noble e ilustra las frustraciones de un hombre de acción que se asfixiaba entre la corrupción del gobierno y la acedía de los súbditos que seguían berreando las consignas con las que espantaban el liberalismo desde las guerras napoleónicas. El héroe español que fue elevado a los altares por el nacionalismo católico por volar en un avión de patente alemana, construido en Cádiz con piezas importadas de Italia, que al pasar la Aduana se declaran como un avión completo y paga Arancel como tal, ¿es un avión de construcción nacional?[13]Argumento poco adecuado para todos aquellos que salían a volcar su odio, envueltos en la bandera que representaba una historia que se habían inventado sin grandes escrúpulos. Ramón era un pionero, no un suicida, lo importante era volar y para ello necesitaba un aparato que reuniese las condiciones imprescindibles; en las catequesis de la izquierda y la derecha se escandalizarían al conocer la opinión del loco aventurero, recogida en uno de esos libros que nadie lee: ¡Este avión era el que teníamos que llevar a dar la vuelta al mundo para satisfacer la vanidad de la industria española![14]

En definitiva, un jabalí; ideológicamente confuso, mal orador, como demuestran las actas de sesión del parlamento, llegó al parlamento para arremeter contra todo aquello que había que desmontar en este país. Tras las elecciones del 28 de junio de 1931 ocupa su escaño en la bancada de Esquerra Republicana de Catalunya, un dato que los poseedores de la verdad obvian sin mucho pudor; la mitología republicana lo borra de su panteón por ser hermano del dictador y los populistas nacional-católicos del suyo por su deriva republicana y anticlerical. El comienzo del enésimo capítulo de ese eterno enfrentamiento con el que los ineptos del Uno intentan imponer su voluntad le sorprendió en Washington; aquí empieza el popular juego del “yo quiero tener razón”, nunca sabremos por qué se sumó a una charada en la que la ideología quedaba aparte para encumbrar a un personajillo siniestro que eliminó a todos los que pensaron una España diferente, incluso a los de su bando. Ramón engrosa esa lista. Su enfrentamiento con Azaña, las recomendaciones de sus amigos del peligro que correría acercándose a un frente fuera del control del gobierno, el asesinato de su amigo Ruiz Alda[15], la suma de todas ellas… Lo cierto es que termina pilotando hidroaviones en Pollensa a favor de los delirios caudillistas que guiaron aquella contienda. Según el testimonio de Rudy Bay[16], único testigo del accidente en que perdió la vida, fue claramente un sabotaje; la tripulación de falangistas que siempre le acompañaban, para que no se pasase al enemigo, fue sustituida por otra sin ninguna significación política ni ideológica, el avión cayó a plomo. Todo el mundo quiere arrimar el ascua a su sardina, justificar su verdad y dejar en evidencia al enemigo; lo cierto es que fue uno de esos españoles que prefirió hacer en vez de ser, lo que le convertía en peligroso o, como mínimo, en sospechoso habitual.

Como se puede ver, los jabalíes tenían muy poco en común unos con otros, apenas unas vagas nociones de acabar con unos vicios que la falta de educación había arraigado y que el fanatismo elevó a orgullo. Aquel heterogéneo grupo de individuos vivía un proceso histórico en el que los antiguos creyentes buscaban, como goce supremo, el placer esclavista de servir a un Dios quimérico. Nosotros, nuevos místicos; nosotros, comunistas; nosotros, creyentes en el divino porvenir de la Humanidad, podemos gozar, si somos justos, no la gracia mezquina de servir a Dios, sino la gloria excelsa de crearle.[17]Balbontín, en su novela, sigue reflejando la sociedad que le tocó vivir, rodeado de arrebatos de fe y alergia a la lógica. Por sus páginas vemos el retrato de un líder socialista, Pablo Illescas, sosias del fundador del PSOE, a un general Pradera, caricatura de Primo de Rivera y a una serie de personajes medio ficticios, medio reales, mezclados con intelectuales y políticos auténticos a los que ubica indiscriminadamente en ese conjunto de islas absurdas en las que sitúa la acción. No contiene los elementos para ser considerada una gran novela, pero suple sus defectos por la cantidad de información plausible que aporta para entender su época. Allí encontramos a compañeros de la piara que había juntado José Ortega y Gasset, sin más criterio que sus fobias personales, con los que marca distancias. En don Inocencio podemos reconocer a Barriobero, un hombre que cree en Dios como todos los buenos burgueses. Más estrictamente: cree en un supremo Arquitecto que ha dispuesto las cosas de la mejor manera posible. El Dios de los católicos le parece a don Inocencio un absurdo. Un Dios que necesita ver atormentado a su hijo para perdonar, hasta cierto punto, a los hombres, es, sencillamente, a juicio de don Inocencio, una concepción de origen salvaje. El más despreciado de todos los que se dejaron arrastrar por aquella vorágine que empezó a destruir sin tener muy claro con que iban a sustituir al artefacto canovista. Masón, ante todo, abogado que se implicaba en todos los pleitos pobres, principalmente anarquistas, aunque considerase que el anarquismo era una utopía al no poder pasarse de una sociedad totalitaria a una libertaria en una generación, y novelista librepensador que quiso llegar a sus lectores mediante el humor.

Eduardo Barriobero Herranz[18], el jabalí al que tuvieron más miedo los mezquinos del Uno, llevó al parlamento la cuestión religiosa, reflejó el pobre nivel intelectual de un país donde las majaderías íntimas de uno de estos pingüinos llenan toda la vida nacional,[19]ventiló las miserias de su propia casa, la masonería, en “El hermano rajao, grado 33”[20]; arremetió contra propios y extraños y los populistas de todo pelaje se ha conjurado para escamotearlo de la historia oficial. ¡Cómo va a permitir el pingüino de turno que los polluelos acogidos bajo unas alas que no sirven para volar, sean incitados a pensar! Los conventillos, en los que el líder revela la verdad e impone la manera de expresarla, el momento y el lugar para iluminar a las masas incultas; el populismo (revolucionario porque no llevan tocas, si no se les podría confundir con ursulinas) no reivindicará a un hombre que se enfrentó a los delirios teocráticos del lugar del mundo donde más se desprecia la cultura, dónde se puede decir con orgullo que se quema los libros que se han encontrado en una casa, que tiene niveles de lectura por debajo del países del tercer mundo… Pero están dispuestos a morir, a imitación de Cristo, para que un equipo de futbol no baje a segunda. Barriobero no deja de ser un antiespañol que novelaba la vida cotidiana en Madrid, defendía a los obreros y a los perseguidos políticos, participaba en el parlamento intentando cambiar los atavismos de los “Auténticos”, los que odian a todos los que no sean católicos en la Nación, Una, Grande y Libre. Un hombre estigmatizado por los anticlericales españoles porque abandonó una fe, que no le satisfacía, sin sentir la necesidad de sumarse a la religión del no Dios, el ateísmo, ni a las religiones escindidas de catolicismo, como el comunismo; al que la iglesia odia por haber perdido el miedo a las fantasías escatológicas con las que se mantiene unido el rebaño; al que los revolucionarios desprecian por no estar dispuesto a inmolarse por la causa y prefería, como buen burgués, que las personas vivieran con dignidad en vez de morir con heroicidad; al que los obreros recurrían para que les solucionase los problemas, aunque después votasen a los que querían ajusticiarle para escarmiento de ese pueblo ingobernable que orgullosamente se ríe de todo el mundo. La horda populista, con sus ritos, sus consignas y los símbolos bien visibles para que nadie los confunda con ciudadanos libres, se felicitaba de haber engañado a ese pobre hombre que, con sus Derechos Humanos[21], les solucionaba los problemas vulgares; una tontería comparado con las parcelas en el paraíso que les prometía la iglesia por humillarse ante ellos. Eduardo Barriobero, un anciano al terminar la guerra, es ajusticiado en el garrote vil, como un delincuente común; el régimen católico chusquero que surge de las matanzas que habían comenzado en 1936 y se prolongaron, con más o menos saña, durante varias décadas, no pudo probar contra él más que su pertenencia a la masonería, algo de lo que se sentía orgulloso y proclamaba como su única ideología. Nos deja una extensa obra que nadie pondrá en un altar; no es peor literariamente que otras por las que si merece la pena morir, pero recomienda que nadie se humille ante otro, algo inadmisible en esta Nación de caudillos.

Los jabalíes, en definitiva, eran unos tipos que, mientras la gente sensata hacia esas cosas normales que recomiendan los caudillos populistas, rodaban de la preventiva a la cárcel por el menor motivo. Allí, entre los muros construidos para que la inteligencia no moleste a los corruptos, se golpeaban con la más sórdida realidad; y se empeñaban en contarla, desluciendo la España ideal construida en las oficinas de propaganda. Unos traidores que hablaban de un lugar donde vivir en vez de una patria por la que morir, que en las páginas que publicaban con destino a los quioscos daban voz a los más desfavorecidos. Aquí están estos muchachos preparándose en esta academia de la delincuencia, robusteciéndose, curtiéndose y cuadrándose para el crimen mayor que su imaginación forja, que su corazón está incubando, que en los ojos de todos se anuncia y se alborea.[22] Ángel Samblancat[23], en la veintena de veces que estuvo encerrado por delitos de opinión, recogió las experiencias de esos niños de la calle que encadenaban quincenas sin que nadie se preocupase por su suerte… Pero que importa la sucia realidad cuando una esclarecida mente descubre que la unidad de España está documentada desde los homínidos de Atapuerca. Un abogado que se rebajó a escribir para todo el mundo en vez de lucir sus conocimientos en salones que se asfixiaban con la pedantería de los que necesitan tener la verdad, que opinaba en vez de enredar los datos en un absurdo metalenguaje para hacer pasar la incomprensible entelequia por razonamiento. Un traidor al espíritu Nacional que quiso buscar soluciones en un país que venera al que crea problemas, al que se hace preguntas estúpidas y se desespera porque la respuesta lógica contradice su revelación, al que jura que desea morir como Cristo (si se es revolucionario el Cristo comunista, el chico sirve para un roto y para un descosido) en defensa de la sandez que se ha sacado de la manga. Mientras, al ingobernable súbdito, no le queda más que salir a berrear la consigna, enarbolando un símbolo que vale más que su vida y ejecutar todos los rituales que les hará reconocible por la horda; a nadie le extraña esa rara adaptación al medio que tienen esas masas populistas que cambian de amo, abren, cierran o se pintan la mano para saludar al caudillo de turno y cambian sin mucho pudor el color del trapito en el que envuelven su estupidez… Pero siempre riéndose de los demás, porque están de vuelta de nadie sabe dónde.

Siempre ha sido así y nadie ve razones para cambiar esas insanas costumbres que con el tiempo se han convertido en tradiciones… tan necesarias como una patada en el culo. Así es nuestro país de necio; todo se va en coplas.[24]Una complacencia con la ineficacia que ya denunciaba Rodrigo Soriano[25] a finales del siglo XIX y recogió, para un futuro, en libros que sus contemporáneos no leían, ya que preferían hablar de oídas e inventarse el pasado para no arriesgarse a que la realidad contradijese su verdad. Ayer, como hoy, a nadie le interesa los movimientos y acciones de unos hombres tan infantiles que necesitaban asociarse para tejer un symploké sobre el que hacer descansar la sociedad, cuando los que han quemado todas las etapas de la vida, sin necesidad de alejarse más de tres pasos de la cobertura paterna, ya han descubierto el absoluto bajo el que todos han de permanecer unidos. Siempre es preferible inventarse un mundo y pertenecer a esa eternidad creada como refugio frente a la sucia realidad en la que nos vamos gastando, envejeciendo, teniendo pérdidas y alegrías que nos moldean la personalidad. Si no sabemos, si no experimentamos, únicamente seremos la proyección del sueño de otro, normalmente de un iluminado que pare verdades insustanciales que se han de imponer mediante la violencia. La duda metódica es una debilidad, la negociación una cobardía, evolucionar una ocurrencia combatida por las hordas populistas con sus símbolos, sus ritos y sus consignas. Las pasiones cinegéticas de España limpiaron la sagrada patria de estos animales montaraces que como cerdos se revolcaban en todos los fangos sociales; una pequeña muestra de todos los que soñaron en un mundo en que vivir en vez de morir, a los que se puede seguir a través de sus obras literarias, de esas novelas populares que tanto desprecian los intelectuales al no ver la proyección y el destino de este suelo sagrado en sus páginas.

La Nación indivisible surgida de aquella cacería vive para proyectarse en el futuro, despreciando un pasado que no se ajusta a las necesidades de unos líderes que necesitan justificar toda suerte de tropelías, latrocinios y desprecio a los derechos humanos ante un pueblo que únicamente se atreve a salir dócilmente a saludar las ocurrencias y a repetir las consignas. La tradición escrita desaparece al no necesitar insertar nuestras decisiones en una experiencia previa; el español se enorgullece del anacronismo que le lleva a dar vueltas alrededor de su ombligo creyendo que está de vuelta de nadie sabe dónde en busca de un futuro que no está ligado a un pasado. Un salto al vacío si no estuviesen poseídos de esa fe que les hace creerse instrumentos de un plan superior que transciende el entendimiento humano. Los intrascendentes que no queman los libros, que sí han leído el Quijote y no entienden de dónde sale esa caricatura de la bacía en la cabeza, los que respetan la espiritualidad siempre que sea un camino interior e individual, los que se han ido formando filosóficamente e implementan sus conocimiento diariamente, los que miran a su alrededor e intentan adaptarse a las circunstancias… En definitiva, todos aquellos que no quieren vivir encadenados al cadáver de un imperio, ni seguir revelaciones, traicionan la memoria de los muertos. Algo imperdonable que merece el olvido; como fueron olvidados los jabalíes que se atrevieron a recoger el pasado para construir un futuro, que expresaron sus opiniones sin buscar el efecto retórico, sin ser conscientes de las ofensas que su intrascendencia infligió a esa tierra que busca la sublimación en el martirio.

Los jabalíes no tenían la misma ideología, carecían de objetivos comunes, nunca se expresaron con una única voz en un Congreso que no les perdonaba el que no se sumasen a la mediocridad; asustaron a los decentes súbditos que hacen cosas normales porque pensaron que España podía ser algo diferente a las ingeniosas paridas, elevadas a dogmas, del noventa y ocho. Gentes que podían haber sido reconocidas por una sociedad que no despreciase la cultura, que, como tantos llamados a alcanzar grandes metas, desaparecieron de la memoria y llegaron a un… ¡Final prosaico, vulgar, estúpidamente trágico![26]

[1] “El suicidio del príncipe Ariel”, José Antonio Balbontín, Ed. Historia Nueva, 1930, pág. 71

[2] El Círculo de Viena se forma en 1921 para defender la lógica de la ciencia. Entre sus propósitos estaba la elaboración de un lenguaje común para el mundo científico. Tras ser disuelto violentamente por los nazis desaparecen como corriente pero su obra sigue influyendo en la filosofía analítica.

[3] Periodista que empezó militando en el radicalismo de izquierdas, siendo uno de los primeros en ser incluidos en el grupo de los jabalíes por Ortega y Gasset, para pasar al radicalismo de Lerroux y a la CEDA, en las siguiente convocatorias electorales. Su periplo ideológico se termina al asentarse en el más grosero populismo al servicio del general Franco, para el que creó la caricatura de El miliciano Remigio.

[4] Sofía Guadalupe Pérez Casanova de Lutosławski (1861-1958) periodista y novelista que vivió en primera persona los conflictos de su tiempo. Mujer de profundas convicciones católicas, supo, como corresponsal de guerra, transmitir el dolor de la población envuelta en los conflictos, sin distinguir a amigos o enemigos políticos en las responsabilidades de los crímenes cometidos en nombre de una idea.

[5] “El suicidio del príncipe Ariel”, José Antonio Balbontín, Ed. Historia Nueva, 1930, pág. 110

[6] José Antonio Balbontín Gutiérrez (1893-1977), Abogado y político que evolucionó desde el más estricto catolicismo a tener una conciencia social que, en principio, estuvo muy marcada por la leyenda de Jesucristo, hasta que termina creyendo en una nueva religión, el comunismo. En 1933 fusiona el Partido Social Revolucionario, en cuyas listas había sido elegido, con el Partido Comunista, convirtiéndose en el primer diputado que ocupó un escaño bajo estas siglas.

[7] Título otorgado por José Ortega y Gasset que , en una de sus habituales gracietas, esas que se intentan hacer pasar por filosofía, dijo el día 31 de julio de 1931 en el congreso: “…es de plena evidencia, que hay, sobre todo tres cosas que no podemos venir a hacer aquí, ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí

[8] “Annual”, Eduardo Ortega y Gasset, Ediciones del Viento, 2016, págs. 36 y 37

[9] Eduardo Ortega y Gasset (1882-1964) abogado y político republicano, hermano mayor de José Ortega y Gasset. Comienza su actividad política durante su exilio en Francia provocado por el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera; allí publica junto a Unamuno Hojas Libres. A su regreso a España participa activamente en la formación de la República ocupando varios cargos en los distintos gobiernos y como abogado defendiendo a los sublevados de Asturias. Abandona España en 1937, tras el atentado sufrido mientras era Fiscal General y las tensiones surgidas en el seno de las fuerzas que apoyaban al gobierno. Muere en el exilio

[10] “Annual”, Eduardo Ortega y Gasset, Ediciones del Viento, 2016, págs. 108

[11] Ramón Franco Bahamonde (1896-1938) pionero de la aviación española que circunstancialmente derivó en político. Un héroe de su tiempo zarandeado por unas circunstancias que no supo gestionar. Muere en extrañas circunstancias durante la guerra de 1936-39.

[12] Puyol Román, Ramón (1907-1981): Pintor y cartelista que realizó el mural de la Exposición Internacional de París en 1937, convirtiéndose en el referente iconográfico de la República en su lucha contra los militares sublevados.

[13] “Águilas y garras, historia sincera de una empresa discutida”, Ramón Franco, Ed. CIAP, 1929, pág. 43

[14] “Águilas y garras, historia sincera de una empresa discutida”, Ramón Franco, Ed. CIAP, 1929, pág. 45

[15] Julio Ruiz de Alda Miqueleiz (1897-1936) pionero de la aviación y fundador de falange. Muere en los disturbios que siguieron al alzamiento de los militares africanistas, cuando grupos incontrolados asaltaron la Cárcel Modelo, donde estaba preso por su vinculación a los distintos intentos que hubo, antes del 36, por derrocar la República.

[16] Rodolfo Bay Wright (1910-2000): piloto civil de la compañía Iberia desde 1930 fue movilizado durante la guerra de 1936-39 en el escuadrón de hidroaviones que comandaba Ramón Franco. En los años sesenta fundó de la compañía Spantax.

[17] “El suicidio del príncipe Ariel”, José Antonio Balbontín, Ed. Historia Nueva, 1930, págs. 242 y 243

[18] Eduardo Barriobero y Herrán (1875-1939), masón, abogado y político vinculado a todos los movimientos de carácter federal republicanos. Fundador en España de la “Liga española para la defensa de los derechos del hombre y del ciudadano” y defensor de los más desfavorecidos de la sociedad, quedó a merced de los fanatismos que tanto predicamento gozan por estas tierras. Encarcelado durante la guerra por los republicanos, fue ejecutado como un delincuente común por el populismo nacional-católico.

[19] “De Cánovas a Romanones”, Eduardo Barriobero, Ed. Imp. A. Marzo, 1916, pág. 19

[20] “El hermano rajao, grado 33” Eduardo Barriobero Herrán, Ed. Imprenta de Juan Pueyo, 1924

[21] Eduardo Barriobero fue uno de los miembros fundadores de la “Liga española para la defensa de los derechos del hombre y del ciudadano”

[22] “Los micos”, Ángel Samblancat, Ed. La Novela de Hoy nº 277, 1927, pág. 26

[23] Ángel Samblancat y Salanova (1885-1963), Abogado que ejerció el periodismo y se vio abocado a la política, arrastrado por las circunstancias. De tendencias ácratas, como manifestó durante su exilio en México, participó en la creación de una república en las que muchos pusieron unas esperanzas que pronto se vieron defraudadas.

[24] “La entrada de Nozaleda”, Rodrigo Soriano, Ed. Cosmópolis, s/f, pág. 54

[25] Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar (1868-1944), abogado y periodista. Perteneciente a la baja nobleza guipuzcoana se educó en Francia, donde su familia se había exiliado durante las carlistadas por sus ideas liberales; comienza su vida política a la sombra de Blasco Ibáñez, con el que rompe según se van radicalizando sus planteamientos. Gran parlamentario y activo defensor de la revolución social termina implicado en una serie de acontecimientos que darían para una película de acción. Durante la república es nombrado embajador en Chile, donde prosigue su actividad política y revolucionaria; al final de la guerra, en 1939, organiza la llegada de exiliados españoles a su país de acogida, aunque el mérito de esta acción humanitaria lo monopolizó Pablo Neruda.

[26] “La entrada de Nozaleda”, Rodrigo Soriano, Ed. Cosmópolis, s/f, pág. 210